LOS
PLACERES DE LA SELVA
«Y como a otro ni otro
día no se hallase comida ni señal de población, con parecer del capitán dije yo
una misa como se dice en la mar, encomendando a Nuestro Señor nuestras personas
y vidas, suplicándole como indigno nos sacase de tan manifiesto trabajo y
perdición, porque ya se nos traslucía; porque, aunque quisiésemos volver agua
arriba, no era posible por la gran corriente, pues tentar de ir por tierra era
imposible, de manera que estábamos en gran peligro de muerte a causa de la gran
hambre que padecíamos y a que, estando buscando el consejo de lo que se debía
de hacer platicando nuestra aflicción y trabajos, acordose que eligiésemos de
dos males el que al capitán y a todos pareciese menor, que fue ir adelante y
seguir el río e morir, e ver lo que en él había, confiando en Nuestro Señor que
tendría por bien de conservar nuestras vidas hasta ver nuestro remedio.
Y, entretanto, a falta
de otros mantenimientos, vinimos a tan gran necesidad que no comíamos sino
cueros, cintas y suelas de zapatos cocido con algunas yerbas, de manera que era
tanta nuestra flaqueza que sobre los pies no nos podíamos tener, que unos a
gatas y otros con bordones se metieron a las montañas a buscar algunas raíces
que comer, y algunos hubo que comieron algunas yerbas no conocidas, los cuales
estuvieron a punto de muerte, porque estaban como locos y no tenían seso; pero,
como Nuestro Señor era servido que siguiésemos nuestro viaje, no murió ninguno.»
Gaspar
del Carvajal.
Relación
del nuevo descubrimiento del Rio Grande por el capitán Francisco de Orellana.