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lunes, 19 de julio de 2021

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






PARA VIAJAR EN EL TIEMPO


«Siempre me intrigó la memoria. Es increíble: recordamos a voluntad el primer día de clases en la escuela secundaria, la primera cita, el primer amor, y al hacerlo, no recobramos el mero suceso: también vuelven a nosotros el clima del momento, el panorama, los sonidos, los olores, el entorno social. Recordamos la hora, las conversaciones que se entablaron, la atmósfera emotiva en que todo transcurrió. Recordar el pasado es una manera de viajar en el tiempo; nos libera de los límites espaciales y temporales, y nos permite ir y venir sin ataduras recorriendo dimensiones muy diferentes. Esa suerte de viaje mental me permite en este preciso instante interrumpir lo que estoy escribiendo aquí, en el escritorio de mi casa que da al río Hudson, y trasladarme al pasado, a sesenta y siete años atrás, atravesando el Océano Atlántico para llegar a Viena, Austria, ciudad en la que nací y en la que mis padres tenían una pequeña juguetería. Es el 7 de noviembre de 1938, mi noveno cumpleaños. Mis padres acaban de darme un regalo que apetecí durante mucho tiempo: un auto de colección alimentado por baterías que obedece a un control remoto. Es un modelo hermoso de color azul brillante. Un cable largo conecta el motor con un volante mediante el cual controlo el movimiento del auto, su destino. Durante los dos días que siguen, llevo el auto por todos los rincones del pequeño departamento que ocupamos: la sala, la zona del comedor; lo hago circular entre las patas de la mesa a la que nos sentamos todas las noches mis padres, mi hermano mayor y yo para cenar; lo paseo por el dormitorio y lo hago volver manejando el volante con enorme placer y mayor confianza cada vez. Pero mi alegría no dura mucho. Dos días más tarde, al atardecer, nos sobresaltan fuertes golpes en la puerta. Recuerdo el sonido de esos golpes hasta el día de hoy. Mi padre no ha vuelto todavía de la juguetería y es mi madre.quien abre la puerta. Entran dos hombres que se identifican como miembros de la policía nazi y nos ordenan preparar algún equipaje y dejar la casa. Nos dan una dirección y nos dicen que debemos alojarnos allí hasta nuevo aviso. Mi madre y yo empacamos sólo una muda de ropa y artículos de higiene, pero mi hermano Ludwig tiene el buen sentido de llevarse consigo sus tesoros más queridos: la colección de estampillas y la de monedas.»

Eric R Kandel.
En busca de la memoria.
Katz editores.