PARA VIAJAR EN EL TIEMPO
«Siempre me intrigó
la memoria. Es increíble: recordamos a voluntad el primer día de clases en la
escuela secundaria, la primera cita, el primer amor, y al hacerlo, no
recobramos el mero suceso: también vuelven a nosotros el clima del momento, el
panorama, los sonidos, los olores, el entorno social. Recordamos la hora, las
conversaciones que se entablaron, la atmósfera emotiva en que todo transcurrió.
Recordar el pasado es una manera de viajar en el tiempo; nos libera de los
límites espaciales y temporales, y nos permite ir y venir sin ataduras
recorriendo dimensiones muy diferentes. Esa suerte de viaje mental me permite
en este preciso instante interrumpir lo que estoy escribiendo aquí, en el
escritorio de mi casa que da al río Hudson, y trasladarme al pasado, a sesenta
y siete años atrás, atravesando el Océano Atlántico para llegar a Viena,
Austria, ciudad en la que nací y en la que mis padres tenían una pequeña
juguetería. Es el 7 de noviembre de 1938, mi noveno cumpleaños. Mis padres
acaban de darme un regalo que apetecí durante mucho tiempo: un auto de
colección alimentado por baterías que obedece a un control remoto. Es un modelo
hermoso de color azul brillante. Un cable largo conecta el motor con un volante
mediante el cual controlo el movimiento del auto, su destino. Durante los dos
días que siguen, llevo el auto por todos los rincones del pequeño departamento
que ocupamos: la sala, la zona del comedor; lo hago circular entre las patas de
la mesa a la que nos sentamos todas las noches mis padres, mi hermano mayor y
yo para cenar; lo paseo por el dormitorio y lo hago volver manejando el volante
con enorme placer y mayor confianza cada vez. Pero mi alegría no dura mucho.
Dos días más tarde, al atardecer, nos sobresaltan fuertes golpes en la puerta.
Recuerdo el sonido de esos golpes hasta el día de hoy. Mi padre no ha vuelto
todavía de la juguetería y es mi madre.quien abre la puerta. Entran dos hombres
que se identifican como miembros de la policía nazi y nos ordenan preparar
algún equipaje y dejar la casa. Nos dan una dirección y nos dicen que debemos
alojarnos allí hasta nuevo aviso. Mi madre y yo empacamos sólo una muda de ropa
y artículos de higiene, pero mi hermano Ludwig tiene el buen sentido de
llevarse consigo sus tesoros más queridos: la colección de estampillas y la de
monedas.»
Eric R Kandel.
En busca de la memoria.
Katz editores.