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miércoles, 17 de marzo de 2021

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA


 


AMIGO ÍNTIMO


Y, con todo, ya veis, no tengo miedo.

Lo tuve, sí, lo tuve cuando era

la luna un círculo de luz helada,

el agua una llamada irresistible,

los árboles un grito monstruoso

de la tierra, y mis manos un extraño

temblor. Hoy no. Estoy libre, estoy atenta

a mis propias pisadas, que no evitan

tropezar con los huesos esparcidos

de la desolación que me rodea.

Estoy casi contenta de irme lejos,

acarreo abundancias abusivas,

enseres inservibles, semilleros

que tienen que brotar por el camino...

El miedo era un hermano muy pequeño

que había que cuidar de que pudiera

caerse y añadirse hasta volverse

un pánico feroz, era una leve

suavísima ternura, tan querida,

que había que cubrir hasta asfixiarla

para que no creciese más. (Su muerte

se duerme aquí en la mía de algún modo).

No tengo miedo, y por lograr ahora

la paz, me voy sin él. (Dadle una tierra

benigna a su cadáver, casi el mío).

Ya veis, por no tener, ya ni siquiera

tengo a mi amor de siempre, al pobre miedo

que tan fiel compañía dio a mi vida.


María Beneyto.