UN COMERCIANTE DE TEHERÁN
"Del voluminoso equipaje de un comerciante de Teherán se escapan juguetes
de madera, serpientes, gallinas y caballos balancín. Pequeños tentetiesos se
mecen con suavidad sobre su pesada panza de plomo. Sus coloridos y cómicos
rostros, chillones a la luz de la lámpara de petróleo, oscurecidos
intermitentemente por sombras de manos que se deslizan raudamente ante ellos,
cobran vida, cambian su expresión, sonríen maliciosamente, ríen y lloran. Los
juguetes se encaraman a una balanza de cocina, se dejan pesar, ruedan de nuevo
por la mesa y se envuelven en un susurrante papel de seda. Del equipaje de una
joven, hermosa y algo desesperada mujer surgen relucientes pedazos de seda
multicolor, cintas de un arco iris troceado. Y luego lana que se hincha,
respirando a conciencia y en libertad, tras largos días de existencia
comprimida y sin aire. Angostos zapatos grises con hebillas plateadas se
desprenden del papel de periódico que debía cobijarlos: la cuarta página del
Matin. Guantes con dobladillos de punto ascienden de un pequeño sarcófago de
cartón. Aflora lencería, pañuelos de bolsillo, vestidos de noche lo
suficientemente grandes como para vestir la mano del aduanero. Todos esos
inquietos utensilios de un mundo rico, todas esas cosillas elegantes,
acicaladas, yacen extrañas y triplemente inútiles en esta sala tosca, marrón y
nocturna, bajo las pesadas vigas de madera de encina, bajo los severos carteles
de letras angulosas como hachas afiladas, entre el aroma a resina, piel y petróleo.
Ahí están los pomos de cristal, delgados y panzudos, llenos de fluidos verde
zafiro y dorado ámbar, estuches de cuero con servicio de manicura abren sus
hojas como si fuesen relicarios, diminutos zapatos de dama repiquetean sobre la
mesa."
Joseph Roth.
Viaje a Rusia.
Editorial Minúscula.