AMIGO
ÍNTIMO
Y,
con todo, ya veis, no tengo miedo.
Lo
tuve, sí, lo tuve cuando era
la
luna un círculo de luz helada,
el
agua una llamada irresistible,
los
árboles un grito monstruoso
de
la tierra, y mis manos un extraño
temblor.
Hoy no. Estoy libre, estoy atenta
a
mis propias pisadas, que no evitan
tropezar
con los huesos esparcidos
de
la desolación que me rodea.
Estoy
casi contenta de irme lejos,
acarreo
abundancias abusivas,
enseres
inservibles, semilleros
que
tienen que brotar por el camino...
El
miedo era un hermano muy pequeño
que
había que cuidar de que pudiera
caerse
y añadirse hasta volverse
un
pánico feroz, era una leve
suavísima
ternura, tan querida,
que
había que cubrir hasta asfixiarla
para
que no creciese más. (Su muerte
se
duerme aquí en la mía de algún modo).
No
tengo miedo, y por lograr ahora
la
paz, me voy sin él. (Dadle una tierra
benigna
a su cadáver, casi el mío).
Ya
veis, por no tener, ya ni siquiera
tengo
a mi amor de siempre, al pobre miedo
que
tan fiel compañía dio a mi vida.
María
Beneyto.