Febrero 1978
Chofer de taxi II:
Hoy llevé unos pasajeros a Ezeiza y tuve suerte de levantar
en seguida una pareja que venía a Buenos Aires. Era gente bien vestida, que
parecía formal. En seguida se pusieron a quejarse de muchas cosas: una
conversación a la que estamos acostumbrados. De ahí pasaron a decir que los
argentinos éramos mentirosos y ladrones. Yo no sabía qué contestarles y empecé
a notar que hablaban con una tonadita, por lo que entré a sospechar que eran
extranjeros. Ellos mismos lo confirmaron pronto. Dijeron que ellos, los
chilenos, estaban mejor armados que nosotros y que nos iban a aplastar como lo
merecíamos, por malos perdedores y fanfarrones. Yo todavía trataba de no
enojarme y de ver cómo podía arreglarme para que esas palabras no fueran
ofensivas. Pero la pareja insistía y a mí me subía la mostaza. ¿Qué le parece
hablar así en la Argentina, que ahora estará un poco pobre y hasta en mala
situación económica, pero que siempre fue considerada la Francia de América? Y
mire el país que nos va a aplastar: Chile, una playita larga, un país de
tercera categoría, o quizá de cuarta. Ellos seguían chumbando y yo juntando
rabia, hasta que vi un patrullero, me le puse lado y les dije a los chafes : “llévense
presa a esta pareja, que está hablando mal de la Argentina”. Vieran el disgusto
que tuvieron los chilenos. Dijeron que ellos no habían hecho nada más que
expresar una opinión y que no era posible que los llevaran a la comisaría por
eso. En este punto se equivocaron, porque en un santiamén los acomodaron en el
patrullero y se los llevaron a la comisaría, sin tan siquiera pedirme que
pasara a declarar como testigo. Yo busqué un teléfono público y le hablé a la
patrona. Le dije que nos preparara un almuerzo especial, porque me había ganado
el día.
Adolfo Bioy Casares.
Descanso de caminantes.
Editorial Sudamericana.