COÑAC
O JEREZ
Una de las cosas
que más añoraría hoy, si fuera pequeña, sería la falta de las sirvientas. Para
una niña constituían la parte más pintoresca de la vida diaria. Las nodrizas
ponían lo ordinario; las sirvientas, el drama, la diversión y toda clase de
conocimientos no específicos pero interesantes. Lejos de ser esclavas, eran
tiranas muchas veces. «Sabían cuál era su puesto», como se decía, lo que no
significaba sometimiento, sino orgullo, orgullo profesional. Las sirvientas de
principios de siglo estaban muy dotadas. Las camareras tenían que ser altas,
bien parecidas, bien entrenadas, tener la voz justa para susurrar: «¿Coñac o
jerez?» Hacían milagros para atender a los caballeros. Dudo que hoy exista una
verdadera sirvienta. Posiblemente quedarán algunas de unos setenta u ochenta
años, renqueando por ahí; aparte de éstas, ahora no hay más que las externas,
las asistentas, ayudantas, empleadas de hogar y encantadoras señoras jóvenes
que quieren ganar algo de dinero, reservando unas horas para sí y para las
necesidades de sus hijos. Son aficionadas amables, que con frecuencia se hacen
amigas nuestras, pero que rara vez inspiran el respeto con el que mirábamos a
nuestra servidumbre.
Agatha Christie.
Autobiografía.
Editorial Molino.