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madre, madre,
nada nos une ahora, más que tu muerte,
tu inmensa fotografía como una noche en el pecho,
el único retrato tuyo que tengo ahora es esta
oscuridad,
tu única voz es el silencio de tantas voces juntas,
es preciso que ahora tu blancura acompañe a las
flores
cortadas,
ningún otro corazón de dormir hay en mí que tus
ojos
ausentes,
tus labios deshabitados que no tienen que ver con
el aire,
tu amor sentado en el sitio en que nada recuerda ni
sabe,
ahora mis palabras se han enrojecido en su esfuerzo
de
alzar
el vuelo,
pero nada puede moverse en este sitio donde yo te
respondo como si tú me estuvieras llamando,
nadie puede infringir las reglas de esta mesa de
juego a
la que estamos sentados,
a solas como el mar que rodea al naufragio
hemos
de contemplarnos tú y yo,
nada nos une ahora, sólo ese silencio,
único
cordón umbilical tendido sobre la noche
como un alimento imposible,
y por allí me desatas para otro silencio,
en las afueras de estas palabras,
nada nos tiene ahora reunidos, nada nos separa
ahora,
ni mi edad ni ninguna otra distancia,
y
tampoco soy el niño que tú quisiste,
no pactamos ni convenimos nada,
nuestras melancolías gemelas no caminaban tomadas
de la
mano,
pero desde lejos algunas veces se volvían a mirarse
y entonces sonreían,
ahora un poco de flores para mí
de las que te llevan,
también en mí hay algo tuyo a lo que deberían
llevarle
flores
ese
algo es el niño que fui,
ya nada nos une a los tres,
a
ti, a mí, a ese niño,
[…]
José Carlos Becerra