PERA PALAS
Verse uno a sí mismo
en un espejo de diez pies de altura y marco dorado del «Pera Palas» de Estambul es conocer un instante de gloria, la alegría de
ver su propia cara en un retrato de príncipe. La decoración del fondo es una
suntuosidad decadente, un acre de mullida alfombra, negros paneles y escultura
rococó en las paredes y en el techo en el que unos cupidos sonríen
pacientemente y van desconchándose a pedacitos. En lo alto penden complicadas
arañas de luces, y pasadas las columnas de mármol del salón de baile y las
palmeras de cerámica, hay el bar de caoba en el que lucen unas copias
excelentes de pinturas francesas mediocres. Este palacio, que desde el
exterior, no parece más imponente que el «Charlestown Savings Bank» de Boston,
es regentado por unos hombrecillos vestidos de oscuro que parece como si
perteneciesen a varias generaciones de la misma familia y cada uno de ellos
muestra una sonrisa cortés bajo su bigote y da respuestas francesas a preguntas
inglesas. Afortunadamente, el hotel es una fundación caritativa, conforme a los
deseos del difunto propietario, un filántropo turco: los beneficios de los
gastos principescos, cualquier voluptuoso exceso, pasan a mejorar la suerte de
turcos menesterosos.
Paul
Theroux.
El
Gran Bazar del Ferrocarril.
Plaza
& Janes.