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miércoles, 21 de marzo de 2018

OTRA BALSA EN AQUERONTE

















PERA PALAS


Verse uno a sí mismo en un espejo de diez pies de altura y marco dorado del «Pera Palas» de Estambul es conocer un instante de gloria, la alegría de ver su propia cara en un retrato de príncipe. La decoración del fondo es una suntuosidad decadente, un acre de mullida alfombra, negros paneles y escultura rococó en las paredes y en el techo en el que unos cupidos sonríen pacientemente y van desconchándose a pedacitos. En lo alto penden complicadas arañas de luces, y pasadas las columnas de mármol del salón de baile y las palmeras de cerámica, hay el bar de caoba en el que lucen unas copias excelentes de pinturas francesas mediocres. Este palacio, que desde el exterior, no parece más imponente que el «Charlestown Savings Bank» de Boston, es regentado por unos hombrecillos vestidos de oscuro que parece como si perteneciesen a varias generaciones de la misma familia y cada uno de ellos muestra una sonrisa cortés bajo su bigote y da respuestas francesas a preguntas inglesas. Afortunadamente, el hotel es una fundación caritativa, conforme a los deseos del difunto propietario, un filántropo turco: los beneficios de los gastos principescos, cualquier voluptuoso exceso, pasan a mejorar la suerte de turcos menesterosos.

Paul Theroux.
El Gran Bazar del Ferrocarril.

Plaza & Janes.