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martes, 26 de diciembre de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






EL VIEJO ALCALDE




“Mientras aguzábamos la vista para ver el resultado de las persecución, y después de que el perseguido y sus perseguidores se hubieran desvanecido entre los rebaños de vacas y los caballos que pastaban en la llanura, la tragedia se desarrollaba en circunstancias muy dolorosas. El joven oficial, cuyo hogar estaba a más de una jornada de nuestro distrito, había visitado la comarca en otra ocasión y recordó que tenía parientes en ella; así que, cuando escapó de sus captores, convencido de que tenían intención de de asesinarlo, se encaminó a casa del alcalde. Consiguió mantener la ventaja que les llevaba a sus perseguidores hasta llegar a la casa, saltó del caballo y entró en ella a toda prisa; allí se encontró con el viejo alcalde rodeado de las mujeres de la casa y se puso bajo su protección llamándole “tío”. El alcalde no era su tío en sentido estricto, sino un primo de su madre. Fue un momento espantoso: los nueve rufianes armados ya estaban a las puertas de la estancia y gritaban al dueño que les devolviera a su prisionero y amenazaban con pegarle fuego a la casa y matar a todos sus habitantes si rehusaba hacerlo. El viejo alcalde estaba en el centro de la habitación, rodeado de una multitud de mujeres y niños, entre ellas sus dos hermosas hijas, de veinte y veintidós años respectivamente, paralizadas de terror y gritándole que los salvara, mientras el joven oficial, de rodillas, le imploraba por la memoria de su madre, y por la Madre de Dios y por todo lo que considerase sagrado, que no le entregara para ser asesinado.
El pobre viejo no estuvo  a la altura de la situación, temblaba y sollozaba angustiado y por fin balbució que no podía protegerlo…, que debía salvar a sus hijas y a las mujeres y a los niños de los vecinos que habían buscado refugio en su casa. Los hombres de fuera, al oír cómo se desarrollaba la discusión, se acercaron a la puerta y sacaron finalmente al joven por un brazo, lo obligaron a montar de nuevo en su caballo y se lo llevaron. Deshicieron el camino andado unos seiscientos metros en dirección a nuestra casa, lo derribaron del caballo y le cortaron el cuello. “



W. H. Hudson. 
Allá lejos y tiempo atrás. 
Acantilado.