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viernes, 4 de enero de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



 

 

LA MIRADA DE HIPSICRACIA


En el día duodécimo, vi que el hambre y la ración de las rubetas tenían proporción entre sí, y ordené que se la hiciesen llegar a los escitas en cuévanos de mimbre, más algunas vasijas de barro, esta vez con agua limpia.
Feroces, se arrojaron sobre los cuévanos tomando con ambas manos la comida infecciosa a la que dieron fin en corto tiempo. Después, empezaron a disputar por las vasijas y muy pocos lograron el agua, dado que se quebraban en las violencias.
Esto era en la hora del amanecer. Los más vomitaban ya cuando el sol empezó a tener alguna fuerza. Al mediodía, sus cuerpos estaban hinchados y crujían en contracciones duras de los nervios. Otros arañaban la tierra y aullaban más alto y feroz que las bestias antes de agonizar por herida, y todos dejaban caer excrementos líquidos y sangrientos. Con el sol aún en alto, empezaron a herirse entre ellos, arrancándose los cabellos y los ojos, como si la ración de rubetas levantase furias y fuerzas sobre la destrucción de las entrañas. Vi las pupilas giratorias y las lenguas negras.
Cumplido el deseo de Hipsicracia, ya que los hombres habrían de morir con la oscuridad, al apartarme vi, en el extremo del foso, a uno de ellos que, separado de los enloquecidos, había al parecer despreciado las rubetas. Se mantenía erguido en la serenidad. Consideré la aparición de un hombre aún noble y hermoso después de la tortura. Le vi sonreír mientras se abría las venas con los restos de una vasija y ordené que no se lo molestase.


Antonio Gamoneda. 

Libro de los venenos

Ediciones Siruela.