BURFORD Y BUMFORD
"En la agenda de registro, por lo menos
catorce hombres declararon tener más de cuarenta años, y ellos no eran los únicos.
Fred Prosser, pintor en la vida civil, que admitía tener cuarenta y ocho años,
tenía en realidad cincuenta y seis. David Davies, minero, que admitía tener
cuarenta y dos, y Thomas Clark, otro minero que confesaba tener cuarenta y cinco,
eran sólo uno o dos años más jóvenes que Prosser. James Burford, minero y
mecánico, era el soldado más viejo de todos. La primera vez que hablé con él en
las trincheras me dijo:
--Excúseme,
señor, ¿me podría explicar qué es este aparato que hay al lado de mi rifle?
--Es
el gatillo de seguridad. ¿No siguió usted un curso de artillería en el cuartel?
--No,
señor, me recluté en calidad de antiguo combatiente, y pasé allí sólo unos
quince días. Los viejos rifles Lee-Metford no tenían este gatillo de seguridad.
Le pregunté cuándo había manejado por última
vez un rifle.
--En Egipto, en 1882—me
dijo.
--¿No estuvo usted en la
guerra sudafricana?
--No, traté de incorporarme,
pero me dijeron que era demasiado viejo, señor. En Egipto ya no era muy joven.
En realidad tengo sesenta y tres años.
Pasaba los veranos vagabundeando por el país,
y durante los meses de invierno trabajaba como minero, eligiendo una mina
distinta en cada estación. Le oí discutir una noche con David Davies sobre los
diferentes yacimientos de carbón en Gales, y recorrerlos de condado en condado
y de mina en mina con comentarios técnicos.
La otra mitad del pelotón estaba formada por
soldados que no habían cumplido aún la edad reglamentaria. Yo tenía a cinco de
ellos a mis órdenes: me acuerdo, por ejemplo, de un tal William Bumford, también
minero, que pretendía tener dieciocho años entonces y que tenía en realidad
quince. Por lo general, se metía en problemas, pues se dormía cada vez que
tenía que hacer la guardia nocturna, un delito que se sancionaba con la pena de
muerte; a pesar de todos sus esfuerzos, no lograba evitarlo. En una ocasión lo
vi dormirse repentinamente de pie, mientras sostenía un saco de arena para que
otro individuo lo llenara. Así que durante un tiempo lo adscribimos al servicio
de uno de los capellanes; unos cuantos meses después, todos los hombres mayores
de cincuenta años y los menores de dieciocho habían sido eliminados. Bumford y
Burford fueron enviados al campamento militar, pero eso no logró que evitaran
la guerra. Bumford era lo suficientemente adulto en 1917 para devolverlo al
batallón, y allí murió aquel verano. Burford murió en el campamento militar
durante un bombardeo. O por lo menos eso me dijeron… la suerte que corrieron
centenares de camaradas en Francia me llegó sólo de oídas."
Robert Graves. Adiós a todo
eso. Muchnik Editores. 2000.