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lunes, 28 de enero de 2013

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





          MOMENTO


Yo fuerte, yo exaltado, yo anhelante,
opreso en la urna del día,
engreído en mi corazón,
ebrio de mi fantasía,
y la Eternidad adelante...
         adelante...
         adelante...


                              Porfirio Barba Jacob

jueves, 24 de enero de 2013

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






Ancho es el mar; él ha de separamos;
quedarán nuestras almas enlazadas.
Como un último retrato, en nuestros ojos
impresas lucirán nuestras miradas.

El barco en que he de ir está en el puerto;
a éste seguirá otro en que tú vayas.
Te esperarán mis brazos, no se en dónde...
tal vez en algún puerto... en una playa..!

Concha Méndez.


miércoles, 23 de enero de 2013

OBITER DICTUM





“Es el primero, que la limosna se haga con intención de manifestar el amor que tenemos a solo Dios; porque, si las riquezas son la condición e instrumento para mantener la vida del cuerpo, el que de ellas se desposee voluntariamente, es porque no teme a la muerte, sino que la desea para unirse con Dios.”


                                                      Miguel Asín Palacios.

jueves, 17 de enero de 2013

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA




     PARARRAYOS


Un vuelo de miradas acribilla la noche

Cada relámpago
es un ojo de Argos
El viento nos golpea con sus puños
La tempestad dispara sus pistolas automáticas
Las estrellas tocan a rebato

La noche se extravía
y tactea los cuatro puntos cardinales del horizonte
Los tejados inundan sus lagrimales
Descarrila el tren de las horas
La tormenta enciende sus carteles eléctricos

Todos los transeúntes
cambian sus reflejos
se encienden y se apagan simultáneamente
En la pizarra atmosférica
se dibujan los guarismos relámpagos

Epilepsia de las alturas
Dios deposita sus injurias en los pararrayos
Cuándo
el pirotécnico celeste
agotará su stock de cohetes?

           Guillermo de Torre

miércoles, 16 de enero de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EL NIÑO EN LA ESTANCIA

                      
En aquella época, el retrato, a todo color, del gran hombre ocupaba un lugar de honor sobre la repisa de la chimenea de nuestra sala o salón. La imagen de un hombre de rasgos finos y bien perfilados, pelo y patillas castaño-rojizas y ojos azules; algunos lo llamaban “el inglés”, debido a sus rasgos regulares y a su tez sonrosada. Aquel retrato de rostro severo y apuesto, con las armas de la república—las banderas, los cañones y las ramas de olivo—en el pesado marco dorado, era uno de los adornos principales de la habitación, y mi padre estaba orgulloso de él, porque era, por razones que luego diré, un gran admirador de Rosas, un “rosista” de tomo y lomo, como llamaban a sus leales. El retrato estaba flanqueado por otros dos: uno era el de doña Encarnación, la mujer de Rosas, fallecida hacía mucho tiempo, una mujer hermosa, joven y de aspecto orgulloso, con una gran mata de pelo negro y un fantasioso peinado, rematado por una gran peineta de concha de tortuga. Recuerdo que, de niños, solíamos contemplar aquel rostro bajo la mata de pelo negro con extrañeza, casi con inquietud, pues a pesar de su hermosura, no había en él dulzura ni amabilidad y, aunque hacía mucho que había muerto, cuando la mirábamos era como si estuviese viva y sus ojos negros y fríos nos devolvieran directamente la mirada. La razón por la que aquellos ojos, necesariamente inmóviles, seguían clavándose siempre en los nuestros, aunque estuviésemos en diferentes lugares de la habitación, fue un continuo motivo de extrañeza para nuestros cerebros inexpertos e infantiles.
Al otro lado, estaba el semblante truculento y repulsivo del capitán general Urquiza, la mano derecha del Dictador, un matarife feroz como ninguno, que durante años había mantenido su autoridad en las rebeldes provincias del norte pero ahora acababa del volverse contra él y, poco tiempo después, con la ayuda del ejército brasileño, conseguiría echarlo del poder.

W.H. Hudson. Allá lejos y tiempo atrás. Acantilado. 


lunes, 14 de enero de 2013

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






                       AUTOBIOGRAFÍA


Como el náufrago metódico que contase las olas que le   
      bastan para morir;
y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores,
hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le
     cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de     
     cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.


Luis Rosales.

viernes, 11 de enero de 2013

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






     EL CIPRÉS DE SILOS


Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño;
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi, señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.


             Gerardo Diego

martes, 8 de enero de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




BURFORD Y BUMFORD



"En la agenda de registro,  por lo menos catorce hombres declararon tener más de cuarenta años, y ellos no eran los únicos. Fred Prosser, pintor en la vida civil, que admitía tener cuarenta y ocho años, tenía en realidad cincuenta y seis. David Davies, minero, que admitía tener cuarenta y dos, y Thomas Clark, otro minero que confesaba tener cuarenta y cinco, eran sólo uno o dos años más jóvenes que Prosser. James Burford, minero y mecánico, era el soldado más viejo de todos. La primera vez que hablé con él en las trincheras me dijo:
         --Excúseme, señor, ¿me podría explicar qué es este aparato que hay al lado de mi rifle?
         --Es el gatillo de seguridad. ¿No siguió usted un curso de artillería en el cuartel?
         --No, señor, me recluté en calidad de antiguo combatiente, y pasé allí sólo unos quince días. Los viejos rifles Lee-Metford no tenían este gatillo de seguridad.
Le pregunté cuándo había manejado por última vez un rifle.
--En Egipto, en 1882—me dijo.
--¿No estuvo usted en la guerra sudafricana?
--No, traté de incorporarme, pero me dijeron que era demasiado viejo, señor. En Egipto ya no era muy joven. En realidad tengo sesenta y tres años.
Pasaba los veranos vagabundeando por el país, y durante los meses de invierno trabajaba como minero, eligiendo una mina distinta en cada estación. Le oí discutir una noche con David Davies sobre los diferentes yacimientos de carbón en Gales, y recorrerlos de condado en condado y de mina en mina con comentarios técnicos.
La otra mitad del pelotón estaba formada por soldados que no habían cumplido aún la edad reglamentaria. Yo tenía a cinco de ellos a mis órdenes: me acuerdo, por ejemplo, de un tal William Bumford, también minero, que pretendía tener dieciocho años entonces y que tenía en realidad quince. Por lo general, se metía en problemas, pues se dormía cada vez que tenía que hacer la guardia nocturna, un delito que se sancionaba con la pena de muerte; a pesar de todos sus esfuerzos, no lograba evitarlo. En una ocasión lo vi dormirse repentinamente de pie, mientras sostenía un saco de arena para que otro individuo lo llenara. Así que durante un tiempo lo adscribimos al servicio de uno de los capellanes; unos cuantos meses después, todos los hombres mayores de cincuenta años y los menores de dieciocho habían sido eliminados. Bumford y Burford fueron enviados al campamento militar, pero eso no logró que evitaran la guerra. Bumford era lo suficientemente adulto en 1917 para devolverlo al batallón, y allí murió aquel verano. Burford murió en el campamento militar durante un bombardeo. O por lo menos eso me dijeron… la suerte que corrieron centenares de camaradas en Francia me llegó sólo de oídas."


Robert Graves. Adiós a todo eso. Muchnik Editores. 2000.

domingo, 6 de enero de 2013

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA




                YA NO ME BESAS


Un viento inesperado hizo vibrar las puertas
y nuestros labios eran de cristal en la noche
empapados en sangre dejada por los besos
de las bocas perdidas en medio de los bosques.

El fuego calcinaba nuestros labios de piedra
y su ceniza roja cegaba nuestros ojos
llenos de indiferencia entre cuatro murallas
amasadas con cráneos y arena de los trópicos.

Aquella fue la última vez que nos encontramos,
llevabas la cabeza de pájaros florida
y de flores de almendro las sienes recubiertas
entre lenguas de fuego y voces doloridas.

El rumbo de los barcos era desconocido
y el de las caravanas que van por el desierto
dejando sólo un rastro sobre el agua y la arena
de mástiles heridos y de huesos sangrientos.

Aquella fue la última noche que nuestros labios
de cristal y de sangre unieron nuestro aliento,
mientras la libertad desplegaba sus alas
de nuestra nuca herida por el último beso.


                                              Jose María Hinojosa.

viernes, 4 de enero de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



 

 

LA MIRADA DE HIPSICRACIA


En el día duodécimo, vi que el hambre y la ración de las rubetas tenían proporción entre sí, y ordené que se la hiciesen llegar a los escitas en cuévanos de mimbre, más algunas vasijas de barro, esta vez con agua limpia.
Feroces, se arrojaron sobre los cuévanos tomando con ambas manos la comida infecciosa a la que dieron fin en corto tiempo. Después, empezaron a disputar por las vasijas y muy pocos lograron el agua, dado que se quebraban en las violencias.
Esto era en la hora del amanecer. Los más vomitaban ya cuando el sol empezó a tener alguna fuerza. Al mediodía, sus cuerpos estaban hinchados y crujían en contracciones duras de los nervios. Otros arañaban la tierra y aullaban más alto y feroz que las bestias antes de agonizar por herida, y todos dejaban caer excrementos líquidos y sangrientos. Con el sol aún en alto, empezaron a herirse entre ellos, arrancándose los cabellos y los ojos, como si la ración de rubetas levantase furias y fuerzas sobre la destrucción de las entrañas. Vi las pupilas giratorias y las lenguas negras.
Cumplido el deseo de Hipsicracia, ya que los hombres habrían de morir con la oscuridad, al apartarme vi, en el extremo del foso, a uno de ellos que, separado de los enloquecidos, había al parecer despreciado las rubetas. Se mantenía erguido en la serenidad. Consideré la aparición de un hombre aún noble y hermoso después de la tortura. Le vi sonreír mientras se abría las venas con los restos de una vasija y ordené que no se lo molestase.


Antonio Gamoneda. 

Libro de los venenos

Ediciones Siruela.







miércoles, 2 de enero de 2013

ALLÁ EN LAS INDIAS






EL INCA VIRACOCHA

«A Sacsahuana envió mensajeros el Inca Viracocha a los enemigos, con requerimientos de paz y amistad y perdón de lo pasado. Mas los Oiancas, habiendo sabido que el Inca Yáhuar Huácac se había retirado y desamparado la ciudad, aunque supieron que el príncipe su hijo estaba determinado a defenderla y que aquel mensaje era suyo, no lo quisieron escuchar, por parecerles (conforme a la soberbia que traían) que, habiendo huido el padre, no había por qué temer al hijo, y que la victoria era de ellos. Con estas esperanzas despidieron los mensajeros, sin les oír. Otro día, bien de mañana, salieron de Sacsahuana y caminaron hacia el Cuzco, y, por prisa que se dieron, habiendo de caminar en escuadrón formado, según orden de guerra, no pudieron llegar antes de la noche a donde el príncipe estaba; pararon un cuarto de legua en medio. El Inca Viracocha envió nuevos mensajeros, y al camino se los había enviado muy a menudo con el mismo  ofrecimiento de amistad y perdón de la rebelión. Los Chancas no los habían querido oír; solamente oyeron los postreros, que era cuando estaban ya alojados, a los cuales, por vía de desprecio, dijeron: "Mañana se verá quién merece ser Rey y quién puede perdonar".
Con esta mala respuesta, estuvieron los unos y los otros bien a recaudo toda la noche, con sus centinelas puestas, y luego, en siendo de día, armaron sus escuadrones, y con grandísima grita y vocería y sonido de trompetas y atabales y caracoles, caminaron los unos contra los otros. El Inca Viracocha quiso ir delante de todos los suyos y fue el primero que tiró a los enemigos el arma que llevaba; luego se trabó una bravísima pelea. Los Chancas, por salir con la victoria que se habían prometido, pelearon obstinadamente. Los Incas hicieron lo mismo, por librar a su príncipe de muerte o de afrenta. En esta pelea anduvieron todos con grandísimo coraje hasta mediodía, matándose unos a otros cruelmente, sin reconocerse ventaja de alguna de las partes. A esta hora asomaron los cinco mil hombres que habían estado emboscados, y, con mucho denuedo y grande alarido, dieron en los enemigos por el lado derecho de su escuadrón. Y como llegasen de refresco y arremetiesen con gran ímpetu, hicieron mucho daño en los Chancas y los retiraron muchos pasos atrás. Mas ellos, esforzándose unos a otros, volvieron a cobrar lo perdido y pelearon con grandísimo enojo que de sí mismos tenían, de ver que estuviesen  tanto  tiempo  sin ganar  la  victoria,  que  tan prometida se tenían.»


Inca Garcilaso de la Vega. 
Comentarios Reales.

martes, 1 de enero de 2013

OBITER DICTUM






      “Si, como decimos, el hombre se encuentra abierto a desear tantos otros en sí mismo como nombres tienen sus miembros fuera de él, si ha de reconocer tantos miembros dislocados de su unidad, perdida sin haber sido nunca, como entes hay que son la metáfora de esos miembros -se ve también que está resuelta la cuestión de saber qué valor de conocimiento tienen los símbolos, puesto que son esos miembros mismos los que le vuelven después de haber errado por el mundo bajo una forma enajenada. Ese valor, considerable en cuanto a la praxis, es nulo en cuanto a lo real.”


Jacques Lacan