EL OPIO EN ROMA
Acostumbrados
a la situación contemporánea, tendemos a considerar normal que la adulteración
acompañe a ciertos fármacos, y a encolerizarnos cuando acompaña a otros (los legales),
como sucede a menudo hoy con aguardientes y vinos comprados a granel que luego
se introducen en botellas para parecer productos selectos. Pero al opio le
acontecía en Roma precisamente esto segundo, pues siendo perfectamente legal --«indiferente»
para el derecho, en los términos de la Lex
Cornelia—su demanda excedía con mucho la oferta. A la pluralidad de puntos
de venta y al gran número de usuarios se añadía, además, el hecho de ser una
mercancía de precio controlado, con la cual los emperadores no permitían
especular. Esto se debía probablemente a razones humanitarias, ya que una
brusca subida de los precios dejaría a parte considerable de los ciudadanos sin
recursos para adquirir un bien considerado de primera necesidad, como la harina
o la lana. La política de control pudo deberse también al propósito de evitar
una seria fuga de capitales hacia Asia Menor, donde se encontraban las mayores plantaciones
y el producto más estimado.
Sin embargo, gran parte de Asia Menor era
romana, y la legalidad del producto permitía un saneado impuesto sobre las
ventas. A mediados del siglo I Plinio el Viejo, que suele mencionar los precios
de todas las drogas caras, no hace ninguna referencia a tal cosa en relación
con el opio. Al iniciarse el IV, concretamente en el año 301, el edicto de
Diocleciano sobre precios fija el del modius castrense de opio –con capacidad
para 17,5 litros—en 150 denarios, cuantía que sigue siendo extremadamente
módica si se compara con los 80 denarios que cuesta entonces el kilo de hachís.
Antonio
Escohotado.
Historia de las drogas.
Alianza Editorial.