EL PESO DE LAS ALIANZAS
LIBRO I
“ VIII. Entre tanto, con la legión que tenía consigo
y con los soldados que llegaban de la provincia desde el lago Lemán, que se
ceba del Ródano hasta el Jura, que separa los secuanos de los helvecios, tira
un vallado a manera de muro de diecinueve millas en largo, dieciséis pies en
alto, y su foso correspondiente; pone guardias de trecho en trecho, y guarnece
los cubos para rechazar más fácilmente a los enemigos, caso que por fuerza
intentasen el tránsito. Llegado el plazo señalado a los embajadores, y
presentados éstos, responde: «que, según costumbre y práctica del Pueblo
Romano, él a nadie puede permitir el paso por la provincia; que si ellos
presumen abrírselo por sí, protesta oponerse». Los helvecios, viendo frustrada
su pretensión, parte en barcas y muchas balsas que formaron, parte tentando
vadear el Ródano por donde corría más somero, unas veces de día y las más de
noche, forcejando por romper adelante, siempre rebatidos por la fortificación y
vigorosa resistencia de la tropa, hubieron de cejar al cabo.
IX. Quedábales sólo el camino por los secuanos; mas sin el
consentimiento de éstos era imposible atravesarlo, siendo tan angosto. Como no
pudiesen ganarlos por sí, envían legados al eduo Dumnórige para recabar por su
intercesión el beneplácito de los secuanos, con quienes podía él mucho y los
tenía obligados con sus liberalidades; y era también afecto a los helvecios,
por estar casado con mujer de su país, hija de Orgetórige; y al paso que por la
ambición de reinar intentaba novedades, procuraba con beneficios granjearse las
voluntades de cuantos pueblos podía. Toma, pues, a su cargo el negocio y logra
que los secuanos dejen el paso libre a los helvecios por sus tierras, dando y
recibiendo rehenes en seguridad de que los secuanos no embarazarán la marcha, y
de que los helvecios la ejecutarán sin causar daño ni mal alguno.
X. Avisan a Cesar que los helvecios están resueltos a marchar por el
país de los secuanos y eduos hacia el de los santones, poco distantes de los
tolosanos, que caen dentro de nuestra jurisdicción. Si tal sucediese, echaba de
ver el gran riesgo de la provincia con la vecindad de hombres tan feroces y
enemigos del Pueblo Romano en aquellas regiones abiertas y sumamente fértiles. Por
estos motivos, dejando el gobierno de las fortificaciones hechas a su legado
Tito Labieno, él mismo en persona a grandes jornadas vuelve a Italia, donde
alista dos legiones; saca de los cuarteles otras tres que invernaban en los
contornos de Auileia, y con todas cinco, atravesando los Alpes por el camino más
corto, marcha en diligencia hacia la Galia
Ulterior. Opónense al paso del ejercito los centrotes,
gravocelos y caturiges, ocupando las alturas; rebatidos todos en varios reencuentros,
desde Ocelo, último lugar de la Galia
Cisalpina , en siete días se puso en los voconcios, territorio
de la Transalpina ;
desde allí conduce su ejército a los alóbroges; de los alóbroges a los
segusianos, que son los primeros del Ródano para allá fuera de la provincia.
XI. Ya los helvecios, transportadas sus tropas por los desfiladeros y
confines de los secuanos, habían penetrado por el país de los eduos, y le
corrían. Los eduos, no pudiendo defenderse de la violencia, envían a pedir
socorro a César, representándole:
«haber sido siempre tan leales al Pueblo Romano, que no debiera
sufrirse que a la vista de nuestro ejército sus labranzas fuesen destruidas,
cautivados sus hijos y sus pueblos asolados». Al mismo tiempo que los eduos,
sus aliados y parientes los ambarros dan parte a César cómo arrasadas ya sus
heredades, a duras penas defienden los lugares del furor enemigo; igualmente
los alóbroges, que tenían haciendas y granjas al otro lado del Ródano, van a
ampararse de César diciendo que nada les queda de los suyo sino el suelo
desnudo de sus campos y heredades. César, en vista de tantos desafueros, no
quiso aguardar a que los helvecios, después de una desolación general de los países
aliados, llegasen sin contraste a los santones.”
Julio César. La guerra de las Galias. Ediciones
Orbis.