LA NO SIMPATÍA
«Don Miguel me corrigió alguna fecha, me amplió algún dato. Al final me dijo que el libro le parecía bien, aunque no estaba escrito con simpatía. Era verdad. Eso de la simpatía es un sentimiento insobornable, cuya razón muchas veces no encuentra razones ni en nosotros mismos. Yo no tuve nunca simpatía por don Miguel de Unamuno. Me apartaban de considerarle una criatura amable muchos y no siempre justos detalles: su egotismo, su castidad, su apostolado de Carlyle a la española, su lío religioso y su aldeanismo seco y escamón, desde el que captó y pretendió la universalidad. Me fastidiaban también íntimamente casi todos sus detalles. Tomaba, por ejemplo, una taza de café. Pues bien, apartaba un terrón de azúcar, revolvía el resto, lo bebía a pequeños sorbos haciendo ruido… Luego, cuando la taza estaba vacía, echaba el terrón reservado y un poco de agua, revolvía aquella porquería y la apuraba de un trago. También resultaba fastidioso su sentido reverencial del dinero o, por otro nombre, roñosería. Hay mil anécdotas de este vicio, pero en Salamanca tuve ocasión de apuntar la mil y una. Yo, que había ido allí en un auto alquilado sólo por la atención de no publicar mi libro sin su visto bueno; yo, que era un joven de veintitantos años y forastero, comí solo, porque él no me convidó a comer, y aun pagué siempre las pequeñas consumiciones que íbamos haciendo. Unicamente al final, casi al despedirnos, cuando llamé al camarero para pagar por última vez dos cafés, Unamuno pegó grandes voces:
—¡No, no, no! ¡De ninguna manera! Paguemos cada uno el nuestro.»
César González-Ruano.
Mi medio siglo se confiesa a
medias.
Editorial Noguer.