Desde que se abandonó la construcción de naves aéreas más
ligeras que el aire, el zepelín ha pasado a ser una curiosidad histórica, un
monstruo anticuado como el dinosaurio. Representaba, lo mismo que el dinosaurio
y por motivos similares, el último producto de una rama extinguida de la
evolución: era demasiado voluminoso, vulnerable y lento. Pero era un monstruo
de suprema belleza, ídolo y fetiche de una nación que se entrega fácilmente a
la idolatría. Con su forma de pez dorado gigantesco, medía desde una punta
hasta la otra doscientos cuarenta metros, dos veces la longitud máxima de un
campo de fútbol. Tenía cuarenta metros de altura, como un edificio de doce
plantas, o el campanario de una iglesia mediana. Su piel tersa y lustrosa de
aluminio brillaba como la plata, y su tersura ininterrumpida hacía que desde
lejos pareciera un animal vivo; una colosal y benévola Moby Dick del aire, que
flotaba serenamente entre las nubes.
Arthur
Koestler.