LAS VAGAS LUNAS DE LOS ESCAPARATES
He pasado un día terrible.
Meditando sobre lo que haré en Madrid he venido absorto casi todo el camino, maquinando ilusiones que me abrasaban el cerebro. De tiempo en tiempo pasaba como una sombra la idea de que llevo muy poco dinero para conquistar a tan gran ciudad, y entonces advertía que los fríos manchegos me helaban los pies y entumecían los miembros.
Al bajar del tren me han recibido temblorosos los brazos de Estanislao. ¡Cómo sonríe este entrañable amigo! Diríase que sus dientes, blancos y firmes como los de un mastín, quieren morder. La primera vez que nos vimos en las prisiones de Barcelona hice esta observación, y él me dijo que también yo enseñaba los caninos. Reñimos con frecuencia, y nuestros últimos ladridos son siempre:
— ¡Imbécil!
— ¡Imbécil!
Y nos separamos gruñones; pero nos queremos mucho, y al poco
volvemos a buscarnos, risueños, zalameros, mostrándonos lo dientes.
Después del abrazo ya no hablamos hasta llegar al comedio de la
calle Atocha. Él quebranta nuestro silencio:
— ¿Cuánto dinero, Manolo?
— ¡Cuarenta y un duros y seis reales!
Estanislao dilata de asombro sus ojos saltones; se quita el
sombrerete de recogidas alas, y pasándose los dedos por sus largos cabellos, grises
e inflexibles, abre la boca y vuelve a cerrarla.
— ¡No! — murmura luego y poniéndose reflexiva su frente marchita,
— ¡hay que ser prudentes!... ¡Con cuarenta y un duros me comprometo a hacer
muchas cosas!
Y continuamos silenciosos nuestro camino: él, mirando su arrogante figura proyectada en las vagas lunas de los escaparates; yo, mirando al suelo, o viendo cómo pasan veloces y fantásticos los tranvías de chispeantes luces.
Manuel
Ciges Aparicio.
Del periódico y de la política.
Del periódico y de la política.
Editorial
Mundo Latino.