SOBRE
LA MUERTE Y LAS ALMAS
Cerca del ánima había entre los indios
diversas opiniones. Los otomíes, que tienen lenguaje por sí, como menos
políticos pensaban que la vida del cuerpo acaba también el ánima. Mas en general
los mexicanos y los demás que participan su lengua (que llaman nahuas) tenían que
dejado el cuerpo iban las ánimas de los muertos de la manera en que morían. Decían
que los que morían heridos de rayo iban a un lugar que llamaban Tlalocan donde
estaban los dioses que daban el agua, a los cuales llamaban Tlaloques. Y los
que morían en guerra iban a la casa del sol. Mas los que morían de enfermedad, decían
que andaban acá en la tierra cierto tiempo: y así los parientes los proveían de
ropa y lo demás necesario en sus sepulcros: y al cabo de aquel tiempo decían que
bajaban al infierno, el cual repartían en nueve estancias. Decían que pasaban
un rio muy ancho, y los pasaba un perro bermejo, y allí quedaban para siempre:
alude a la laguna Estigia y al can Cerbero de nuestros antiguos gentiles. Los
de Tlaxcala tenían que las almas de los señores y principales se volvían nieblas,
y nubes, y pájaros de pluma rica, y de diversas maneras, y en piedras preciosas
de rico valor. Y que las ánimas de la gente común se volvían comadrejas, y
escarabajos hediondos, y animalejos que echan de sí una orina muy hedionda, y
en otros animales rateros. Otras muchas opiniones y disparates había entre
ellos, como en gente sin lumbre de fe.
Gerónimo
de Mendieta.
Historia
Eclesiástica Indiana.