Ni dos guerras mundiales ni la barbarie mecanizada
de los campos de concentración han hecho vacilar la fe de esos adeptos al
progreso científico. Ni siquiera los ha hecho meditar el que los peores excesos
sucedieran en el país que más lejos había ido en el perfeccionamiento científico.
El dogma sigue en pie. No importan las torturas, las gestapos y chekas. Todo
eso no tiene importancia porque es transitorio: a la humanidad le espera una
edad de oro, en que todos seremos iguales y en que la felicidad reinará para
siempre. Mientras tanto, hay que perseguir o aniquilar a los que ponen en duda
ese brillante futuro, hay que quemar sus libros y proscribir sus doctrinas, hay
que denunciarlos como decadentes contrarrevolucionarios y vendidos.
Ernesto Sábato.