UN HUEVO EN VEZ DE DOS
Los alemanes hicieron uso copioso de toda la gama
de sus proyectiles. Ya a las nueve de la noche los incendios empalidecían la
luz de la luna sobre el centro de Londres. A las diez algunos incendios estaban
dominados, pero otros levantaban sus llamas hasta las nubes. Aún esta tarde los
bomberos seguían trabajando en una de las calles más elegantes de Londres,
donde un almacén de ropas hechas y una iglesia no son sino cenizas. El humo, el
fragor, los aterradores ecos de la noche estaban todavía suspendidos sobre
Londres, cuando en pleno día y a la hora en que los obreros y empleados se
dirigen al trabajo, cuatro aviones lograron penetrar hasta el centro de la
ciudad, repitiéndose la sinfonía de las bombas y las ametralladoras. Las
señales que tras sí ha dejado la tormenta en mi hotel, el tercero al que me he
mudado desde que regresé de Irlanda, son la falta de agua esta mañana. Estoy
escribiendo la presente información con casco y las cortinas cerradas, porque
dos bombas de reloj se han aposentado en los alrededores y pueden estallar de
un momento a otro. Los trenes de los suburbios han llegado casi todos con
retraso. Sin embargo, la película del tráfico continúa corriendo por Londres y
ni siquiera durante las horas en que el ataque era más intenso ayer noche se
paralizó totalmente. Los periódicos me esperaban a la puerta esta mañana como
siempre y mis zapatos habían sido como siempre lustrados. El desayuno en el
hotel sigue siendo el ordinario desayuno inglés, con un huevo en vez de dos.
Augusto Assía.
Cuando yunque, yunque.
Editorial Mercedes.