5 de julio.
Chaumot. Anochecer de julio. El brillo de Venus, que se acuesta después
que el sol, atrae a los murciélagos. Están borrachos y a cada instante caen por
el aire como por un agujero, pero no llegan a tocar fondo.
En el canal un marinero, cuya
gabarra está inmovilizada por el desempleo, toca el acordeón. Con la cabeza a
ras de agua, las ranas le acompañan como pueden; por más que su mujer le diga
al perro: «¡Cállate de una vez!», el perro sigue ladrando lo más fuerte que
puede. También muge una vaca, pero solo una vez. Los ratones se suman, silban
con la esquina de la boca. Pero toda esta música no enturbia la calma del
anochecer. Un soplo de aire ligero solo inclina las hojas de hierba más altas.
El reflejo de la luna llena
ilumina la pared del molino.
El corazón siente una dulzura
infinita.
Jules Renard.