ME PARECE QUE NO
«Es la verdad. Te
bebes el sol, miras, observas, disfrutas de la vida, todo lo que Dios ha hecho
te parece bien hecho. Te interesan las lagartijas, y las libélulas, que,
plantadas la una sobre el cuello de la otra, vuelan de ramita en ramita, y se
posan, la una tiesa, la otra en línea quebrada, con la punta de la cola en el
agua. Te dices: antes de escribir, hay que observar. Pasearse es trabajar. Hay
que aprender a verlo todo, la hoja de hierba, las ocas que gritan en los
establos , el sol poniente, la cola rosada y purpúrea del crepúsculo que se
extiende por todo el horizonte como una vela desplegada en la que se posa el
arco de la luna. Te atiborras de mirar cuadros, con las manos en los bolsillos.
Levantas las compuertas de tu fantasía. Y esta se desborda a derecha e
izquierda, sale de su cuenca, se derrama al azar, a la aventura. Incluso se te
ocurren ideas tristes. Piensas en la muerte: cuando truena, con miedo, y sin
miedo cuando está despejado, cuando la luz difusa se cuela por todas partes,
mira por las rendijas de cada ventana y doblega las pesadas espigas, cuando
quisieras estar en otra parte, a la sombra, tranquilo, lejos del mundo, y te
ves, en absoluto emocionado, con los pies juntos, tumbado, recogido, casi
sonriente, un palmo bajo tierra, muy cerca de las flores, de la hierba, de la
vida y el ruido. Muy bien. Te escucho. Ya ni siquiera cazas. Te repugna matar
un pájaro. ¿Acaso no tienen derecho a vivir? No pescas. Los peces te parecen
seres vivos que tienen alas para volar en el agua, que luchan, que se escurren,
que existen. Te pones elegíaco. ¡Caramba, si es que lo comprendes todo!
Panteízas: ves a Dios por todas partes y en ninguna. Tienes ideas serenas que
te hacen sonreír benevolentemente. Degustas el tiempo. Te sientes perfectamente
bien, pero te lo repito: «¡No
trabajas, puerco!».»
Jules Renard.
Diario.
Penguin Random House Grupo Editorial.
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