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jueves, 5 de septiembre de 2019

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE








ENTRE TEUTÓNICO Y LATINO


«Por encima de los cavernosos meandros del Tajo, labrada o resaltada con escamas de colores sobre las barbacanas de Toledo, la gran águila bicéfala del imperio abre más sus alas, todavía hoy, que cualquier emblema similar junto al Danubio o en el Tirol. Con las alas las heráldicamente extendidas en las velas de las flotas, la misma ave cruzaba el Atlántico, emblemática de la expansión repentina de la asombrosa herencia de Carlos V. Tallada en piedra volcánica y desmoronándose entre las lianas, ese despliegue de plumas pétreas todavía deja perplejos a los mayas, a quienes les recuerda al quetzal. Ahí, junto al lago Titicaca, se han salvado de la ruina a lo largo de cuatro siglos llenos de terremotos. Carlos era el epítome de la doble herencia, un símbolo viviente del compuesto teutónico y latino y de toda la era. Vestido de negro contra un fondo oscuro, fatigado por el gobierno y las campañas, en pie con una mano sobre la cabeza de su perro, ¡cuán reflexiva y sombría es la mirada del gran emperador en el cuadro de Ticiano! Cuando se retiró, tras haber abdicado, fue propio de la dualidad predominante que no se estableciera en Melk ni en Göttweig ni en San Florián ni en ninguna de las famosas abadías austríacas, sino en un pequeño anexo real, fijado como una lapa a los muros del pequeño monasterio jerónimo de Yuste, entre los hayedos y los encinares de Extremadura.»


Patrick Leigh Fermor. 
El tiempo de los regalos. 
Peninsula.