LA MUERTE DE MI PADRE
19
de junio de 1897
"Al
llegar a la casa veo a mamá en la calle. Grita:«¡Jules! ¡Oh,
Jules!». Oigo: «¿Por qué se ha encerrado con llave?». Parece una
loca. Un poco más nervioso que antes, trato de abrir la puerta.
Imposible. Llamo: no responde. No adivino nada. Imagino que se
encuentra mal, o que está en el jardín. Doy unos golpes con el
hombro, y la puerta cede.Humo y olor a pólvora. Grito:
--¡Oh!
¡Papá, papá! ¿Qué has hecho? ¡Oh, oh!
Y
sin embargo, aún no me lo creo: ha querido gastarnos una broma. Y no
creo en su rostro blanco, en su boca abierta, en esa mancha negra,
ahí, junto al corazón.
Borneau,
que volvía de Corgigny, y que entró el segundo en la habitación,
me dice:
--¡Hay
que perdonarle! Este hombre sufría demasiado.
¿Perdonar
qué? ¡Vaya idea! Al fin comprendo, pero no siento nada. Voy al
patio y le digo a Marinette, que ha levantado a mamá del suelo:
--¡Se
acabó! ¡Ven!
Entra,
tiesa, toda pálida, y mira de hurtadillas hacia la cama. Se ahoga.
Se suelta el corsé. Puede llorar. Refiriéndose a mi madre, dice:
--No
la dejéis entrar. Está como loca.
Me
quedó a solas con él. Está echado sobre la espalda, las piernas
extendidas, el busto inclinado, la cabeza caída, la boca y los ojos
abiertos. La escopeta entre las piernas y el bastón entre la cama y
la pared. Las manos, libres, dejaron caer la escopeta y el bastón.
Aún estaban calientes sobre la sábana, no crispadas. Un poco más
arriba de la cintura, una mancha negra, algo como una pequeña
hoguera apagada."
Jules
Renard.
Diario.
Penguin
Random House Grupo Editorial.