EL CANTO DE UN MOSQUITO
Como andaluza
criada entre patios de cal y jardines, mi madre cultivaba las flores, sabía del
injerto y la poda de los rosales, conocía las leyendas mil veces reinventadas
de los narcisos, las pasionarias, las anémonas, las siemprevivas...; recordaba
por centenares los nombres de las florecillas silvestres, que ella me enseñaba
en la práctica cuando los domingos salíamos al campo: la flor del candil, los
zapatitos de la Virgen, varitas de San José, rabos de zorra, la palabra del hombre...;
le gustaba, durante las noches de agosto, adormecerse junto a los jazmineros y
en compañía del canto de un mosquito, gusto éste para mí incomprensible, pero
que he comprobado luego en otros andaluces. Era, por todo esto, una mujer rara
y delicada, que tanto como a sus santos y sus vírgenes amaba las plantas y las
fuentes, las canciones de Schubert, que tocaba al piano, las coplas y romances
del sur, que a mí solo me trasmitía quizá por ser el único de la casa que le
atrayeran sus cultos y aficiones.
Rafael Alberti.
La arboleda perdida.
Alianza Editorial.
La arboleda perdida.
Alianza Editorial.