«El decolaje fue aterrador, aun para un pasajero tan
rejugado como Guillermo Sánchez, por el bramido atronador de los motores y el
estrépito de chatarra del fuselaje, pero una vez estabilizado en el cielo
diáfano de la sabana se deslizó con los redaños de un veterano de guerra. Sin
embargo, más allá de la escala de Medellín nos sorprendió un aguacero diluviano
sobre una selva enmarañada entre dos cordilleras y tuvimos que entrarle de
frente. Entonces vivimos lo que tal vez muy pocos mortales han vivido: llovió
dentro del avión por las goteras del fuselaje. El copiloto amigo, saltando por
entre los bultos de escobas, nos llevó los periódicos del día para que los
usáramos como paraguas. Yo me cubrí con el mío hasta la cara no tanto para
protegerme del agua como para que no me vieran llorar de terror.»
Gabriel García Márquez.