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martes, 30 de mayo de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE

 


LAS MARQUESAS



«El grupo al que nos dirigíamos ahora (aunque estaba entre los primeros descubrimientos europeos en el Mar del Sur, visitado por primera vez en 1595) sigue estando habitado por seres tan extraños y salvajes como los de entonces. Los misioneros enviados en su sagrado errar habían navegado a lo largo de sus adorables costas y las habían abandonado a sus ídolos de madera y piedra. Interesantes son las circunstancias de su descubrimiento. En el rumbo de las naves de Mendaña, quien navegaba en busca de alguna región rica en oro, aparecieron estas islas como un lugar encantado, y por un momento el español pensó que su brillante sueño se había hecho realidad. En honor al marqués de Mendoza, entonces virrey del Perú, —bajo cuyos auspicios zarpó el navegante— les confirió el nombre que denota el rango de su patrono y ofreció al mundo, a su regreso, un relato ambiguo y suntuoso de su belleza. Pero estas islas, imperturbadas durante años, volvieron a caer en su anterior oscuridad y sólo recientemente se ha conocido algo respecto de ellas. Cada cincuenta años, más o menos, algún explorador aventurero interrumpiría su pacífico reposo, y asombrado por el extraordinario paisaje se sentiría tentado a proclamar el mérito de un nuevo descubrimiento.»



Herman Melville.

Taipi.

Ediciones Astarté.


lunes, 29 de mayo de 2017

ALLÁ EN LAS INDIAS




LA VENGANZA DE GURGIO


        «Armó tres navíos con doscientos soldados y ochenta marineros, y por Agosto de 1567 se hizo a la vela, y habiendo persuadido a su gente en el camino, cuando, por la ruta que seguía, advirtieron el engaño, llegó al río Mayo o de San Mateo, sin que los españoles, que los vieron, sospecharan que fuesen enemigos, y trabando amistad con Saturiba y otros caciques, ayudado por su compatriota Pedro Bren, que desde el año de 1565 estaba con Saturiba, infundiéndole odio contra los españoles, industriándole y a los demás caciques, por si llegaba en algún tiempo esta ocasión, concertó la manera de llevar adelante su venganza.
        En tanto que esta traición se tramaba en la Florida, intentóse en la Corte hacer novedad en los oficiales reales que había nombrado el Adelantado y aprobado el Rey, proveyendo estos empleos en los que no habían servido en aquella jornada, lo cual le hizo acudir a S. M. representándole los motivos que aconsejaban no se hiciese novedad en esto, y en efecto, nada se hizo.
        En el mes de Abril de 1568 empezaron los franceses, mandados por Gurgio y ayudados por Saturiba, otros caciques y sus indios de guerra, a poner en práctica su venganza contra los españoles, tomó a éstos, a pesar de su desesperada resistencia, por sorpresa, un fuerte que tenían en la ribera derecha y en la boca del río Sarrabahía, y después el de San Mateo, donde los franceses hablan tenido antes el fuerte de Charlefort, que les tomó el Adelantado, matando a muchos defensores, de los que sólo pudieron salvarse unos pocos, y entre ellos el Gobernador de San Mateo, Gonzalo de Villarroel. Gurgio saqueó este último fuerte con el mayor rigor, e hizo ahorcar de los árboles cercanos a todos los españoles prisioneros, poniendo un letrero que decía: «No por españoles, sino por traidores y homicidas»; por que fingen que Pedro Menéndez, cuando hizo ajusticiar a los hugonotes, puso otro que decía: «No por franceses, sino por luteranos»; y después de estas hazañas y de robar toda la artillería que pudo, temiendo Gurgio que los españoles volviesen sobre él, se embarcó a tres de mayo del mismo año 1568, y el seis de Junio llegó a la Rochela, sin que pudiesen alcanzarle unos navíos españoles que en el camino le siguieron. Desde allí pasó a Burdeos la artillería robada, habiendo perdido, además de los que perecieron en los asaltos, ocho hombres y un navío; pero lejos de hallar en la Corte el aplauso y premio que esperaba, fue perseguido para entregarle al Embajador de España y debió su salvación a la protección que los herejes le dispensaban.»


Gonzalo Solís. 
Pedro Menéndez de Avilés. 

sábado, 27 de mayo de 2017

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





PASSO VELOCE COMO IL VENTO

Passo veloce come il vento lungo la riva
sinistra del Magra dove il vento scompiglia
le chiome dei salici dove le bianche
braccia dei pioppi gridano mutamente
nella luce
ovvii commedianti gli uni e gli altri effimeri
eterni guitti da niente

Di me e di te cos’altro rimarrà
negli occhi di chi ci avrà visti?
Un’immagine così
un flash e
basta
insomma niente


                    Giorgio Bassani

miércoles, 24 de mayo de 2017

OBITER DICTUM





    “De regreso en la fanza, me puse a escribir mi diario como de costumbre. Dos chinos se sentaron a continuación a mi lado para observar mi mano, y se asombraron de la rapidez de mi escritura. Como ocurrió que tracé maquinalmente algunas palabras sin mirar el papel, dieron un grito de admiración. Al instante muchos otros chinos saltaron de sus camas y, al cabo de algunos minutos, estaba rodeado de casi todos los habitantes de la fanza, pidiéndome todos sin cesar que repitiera mi hazaña.”


                                                       Vladimir Arseniev

domingo, 21 de mayo de 2017

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






UNO

A
veces
un
verso
increíble
asoma
la
nariz
rota.
Me
mira
con
desgana.
Otras
con
desdén.
Se
burla
y
se
desvanece.
Ya
dije
que
era
increíble.


                                               Adelina Aller

viernes, 19 de mayo de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




CONEY ISLAND



En los fastos humanos, nada iguala a la prosperidad maravillosa de los Estados Unidos del Norte. Si hay o no en ellos falta de raíces profundas; si son más duraderos en los pueblos los lazos que ata el sacrificio y el dolor común que los  que ata el común interés; si esa nación colosal, lleva o no en sus entrañas elementos feroces y tremendos; si la ausencia del espíritu femenil, origen del sentido artístico y complemento del ser nacional, endurece y corrompe el corazón de ese pueblo pasmoso, eso lo dirán los tiempos.
Hoy por hoy, es lo cierto que nunca muchedumbre más feliz, más jocunda, más bien equipada, más compacta, más jovial y frenética ha vivido en tan útil labor en pueblo alguno de la tierra, ni ha originado y gozado más fortuna, ni ha cubierto los ríos y los mares de mayor número de empavesados y alegres vapores, ni se ha extendido con más bullicioso orden e ingenua alegría por blandas costas, gigantescos muelles y paseos brillantes y fantásticos.
Los periódicos norteamericanos vienen llenos de descripciones hiperbólicas de las bellezas originales y singulares atractivos de uno de esos lugares de verano, rebosante de gente, sembrado de suntuosos hoteles, cruzado de un ferrocarril aéreo, matizado de jardines, de kioscos, de pequeños teatros, de cervecerías, de circos, de tiendas de campaña, de masas de carruajes, de asambleas pintorescas, de casillas ambulantes; de vendutas, de fuentes.
Los periódicos franceses se hacen eco de esta fama.
De los lugares más lejanos de la Unión Americana van legiones de intrépidas damas y de galantes campesinos a admirar los paisajes espléndidos, la impar riqueza, la variedad cegadora, el empuje hercúleo, el aspecto sorprendente de Coney Island, esa isla ya famosa, montón de tierra abandonado hace cuatro años, y hoy lugar amplio de reposo, de amparo y de recreo para un centenar de miles de neoyorquinos que acuden a las dichosas playas diariamente.


José Martí. Escenas norteamericanas. Biblioteca Ayacucho.



lunes, 15 de mayo de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE







EL RUISEÑOR DE VAN


“Uno de los más agradables incidentes –siempre las malas cosas de la vida tienen su lado bueno—me ocurrió una tarde cuando me arrastraba a la cabeza de una partida de zapadores, por nuestra tierra de nadie. Esta zona de peligro era en Van el área devastada de la población. Nos deslizábamos con mil precauciones, en medio de un montón de ruinas, en la parte opuesta de algunos edificios de donde los comitadchis armenios hacían fuego sobre los servidores de nuestras baterías en la roca del castillo, cuando mi adicto servidor Mustafá, que me guardaba las espaldas me asió por una pierna, mostrándome con el dedo, una ventana abierta. En ella observé que alguien prendía un fósforo para encender una lámpara de kerosene. Luego se sentaba al piano para hacernos gustar por media hora algunas de las más tristes y bellas melodías que jamás oyera. Se trataba de una joven, probablemente estudiante de la misión norteamericana. Cantaba algunas canciones de ese país. Una entre ellas, deary, oh deary, me era bastante conocida. La había escuchado en Nevada, en la época de la fiebre del oro. El contraste entre el feliz y despreocupado Nevada Méndez, exvaquero, minero en Alaska, y Bey Nogales, comandante del sangriento sitio de Van, me impresionó tanto, que en aquel momento llegué a sentirme como en un sueño. Un sueño del cual me despertó el grito contenido a duras penas al ver que uno de nuestros voluntarios turcos, lentamente se llevaba el fusil a la cara y apuntaba a la muchacha. Por fortuna actué a tiempo para evitar aquel asesinato a sangre fría. Nuestro pequeño ruiseñor siguió trinando sin sospechar que había estado tan cerca de la muerte.
Mientras tanto, desde las ventanas próximas los comitadchis, armenios de negras barbas, juraban y disparaban sobre nuestras cabezas. No supieron jamás que el Sheitan Osmanli, como me apodaban, estuvo al alcance de sus rifles, disfrutando con relativa calma los bellos cantos de su pequeña hermana armenia de ojos melancólicos.”

Rafael de Nogales Méndez. Memorias. Biblioteca Ayacucho.

n

miércoles, 10 de mayo de 2017

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA




           HUYENDO DEL DESTINO


En medio de este hueco redondo y transparente
que me persigue siempre a través de la tierra
retumban los hachazos que separan las ramas
brotadas en el tronco de mármol patinado
por el humo de pólvora y la luz de la luna
filtrada entre los dedos de tus manos de nieve.

Tus brazos recogían en sus siete colores
la lluvia de mi frente y la espuma del agua
perdiéndose en las aguas tu cabellera rubia
mientras que tu cabeza flotaba entre las olas
verde entre verdes algas con los labios abiertos
por la caricia última de mis labios de fuego.


                               José María Hinojosa.

lunes, 8 de mayo de 2017

OBITER DICTUM






«El decolaje fue aterrador, aun para un pasajero tan rejugado como Guillermo Sánchez, por el bramido atronador de los motores y el estrépito de chatarra del fuselaje, pero una vez estabilizado en el cielo diáfano de la sabana se deslizó con los redaños de un veterano de guerra. Sin embargo, más allá de la escala de Medellín nos sorprendió un aguacero diluviano sobre una selva enmarañada entre dos cordilleras y tuvimos que entrarle de frente. Entonces vivimos lo que tal vez muy pocos mortales han vivido: llovió dentro del avión por las goteras del fuselaje. El copiloto amigo, saltando por entre los bultos de escobas, nos llevó los periódicos del día para que los usáramos como paraguas. Yo me cubrí con el mío hasta la cara no tanto para protegerme del agua como para que no me vieran llorar de terror.»


Gabriel García Márquez.

jueves, 4 de mayo de 2017

OBITER DICTUM

 



«Aquella primera visión del país nos dejó a todos aterrados, aunque nadie se atreviera a manifestarlo. Yo estaba muy nervioso, mientras mi cerebro trabajaba a toda velocidad, tratando de encontrar respuestas antes que surgieran las inevitables preguntas.»


Manuel Tagüeña.


miércoles, 3 de mayo de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




GOBERNADOR EN MANILA


“Durante mi estancia en Manila, se produjo un temblor de tierra que duró un minuto y veinte segundos, lapso de tiempo que hasta entonces no había alcanzado ninguno, aunque por fortuna, apenas ocasionó daños. Cuando los temblores eran muy intensos, las distintas construcciones semejaban navíos en medio de una borrasca; crujían las maderas con estrépito, se abrían y cerraban las puertas, se balanceaban las lámparas y todos los objetos caían rodando; tampoco las personas podían conservar el equilibrio. Algunas veces se salía de madre el río Passig y habían que circular por la calle en banca –una embarcación de madera hecha con el tronco de un árbol ahuecado--; al palacio de Malacañang se accedía entonces por un balcón del piso bajo.
Los indígenas dormían sobre petates y los europeos en camas con mosquitero de rejilla, también con petate y sábanas. Era corriente el uso de una almohada larga y cilíndrica, colocada en sentido perpendicular a la cabecera, denominada abrazador, que resultaba muy cómoda cuando se prescindía de toda cubierta. Las patas de las camas tenían que introducirse en pequeños recipientes de agua para evitar los numerosos insectos que, especialmente por la noche, invadían las estancias, o bien impregnarlas con petróleo, atándoles unas cintas.
Las mujeres nativas llevaban trajes de nipis, piña y otros tejidos ligeros muy vistosos, y calzaban chinelas. Los europeos, vestían generalmente traje blanco.
Los teatros dependían de nuestro teatro nacional, pero no eran frecuentados por los indígenas, aficionados sobre todo a la pirotecnia, y apasionados por las pelas de gallos. Frecuentemente se les veía en cuclillas, acariciando a estos animalitos, mientras sus mujeres atendían a toda clase de trabajos. Era sorprendente para nosotros la costumbre indígena de masticar buyo, compuesto de cal fina de concha, hojas de betel o nuez de areca. A lo que parece, es un buen digestivo, pero tiñe la boca de rojo.
Debido al clima, no había familia española que pudiera permanecer en las islas más de tres generaciones. En cambio, la colonia china era especialmente numerosa, trabajadora y frugal. Conservaba, en lo posible, sus usos y costumbres; algunos se bautizaban y llevaban los apellidos de sus padrinos españoles, pero la mayoría, tan pronto reunían los pesos necesarios para alcanzar sus objetivos, regresaban a su país. Dicen que cuando subían al vapor exclamaban: «Ni más señolía ni más Santa Malía», al tiempo que se quitaban el escapulario.
Entre los bichos que debíamos soportar, eran los más desagradables unas cucarachas grandes, negras y aladas; entre los más sociables y beneficiosos, unas pequeñas lagartijas, que se situaban en el techo, próximas a las lámparas. Como se comían los mosquitos, los indígenas, con muy buen sentido, las respetaban; eran indudablemente inofensivas, aunque alguna vez cayeran en el escote de una señora, haciéndole experimentar el desagradable contacto de un animal de sangre fría. Existía la leyenda de que, al toque de oración, descendían del techo para rezar.
También se hacían presentes habitualmente los murciélagos; en cierta ocasión encontré uno dentro de mi gorra, colgada en una percha”.


Valeriano Weyler. Memorias de un general. Ediciones Destino.