CON EL REAL DE A OCHO
“Los chinos nunca acuñaron monedas de oro o de plata.
A diferencia de los estados de Europa, el imperio chino tuvo desde su fundación
un sistema monetario compuesto solamente de monedas de bronce. Ni monedas de
oro ni monedas de plata. Las monedas de bronce eran adecuadas para pagar las
pequeñas transacciones locales y los salarios diarios, pero no eran adecuadas
para las transacciones de cierta importancia, para las compras al por mayor ni
para los intercambios internacionales. Para los pagos relacionados con este
otro tipo de transacciones, se recurría necesariamente a la plata. También se
necesitaba plata para pagar las tasas; de ahí que, aunque en China, como ya se
ha dicho no había monedas acuñadas en metal precioso, sin embargo, la plata circulaba
en abundancia en forma de panes o de fragmentos de monedas. Cuando había que
hacer un pago en plata, los chinos cortaban con las cizallas un lingote o una
moneda como el real de a ocho en piezas del peso requerido, de modo que
equivaliera al valor deseado. Dicho en otras palabras, la plata no era tratada
como moneda sino como mercancía y, por lo tanto, a peso. Lo paradójico era que
el real de a ocho era y seguía siendo la moneda preferida por los chinos, hasta
tal punto que se llega a decir en un documento que los chinos estaban «enamorados» de los reales de a ocho, y es cierto que insistían para que
los occidentales les pagasen en piezas de a ocho. Pero una vez obtenidos los
tan deseados reales, no los ponían en circulación como moneda, porque, como ya
se ha dicho, no existía en China la tradición de monedas corrientes fabricadas
en metal precioso. Lo que hacían los chinos con las enormes cantidades de
reales que llegaban a reunir era fundirlos para hacer lingotes, o bien
cortarlos con las cizallas en piezas del tamaño adecuado a la suma que debían
pagar.”
Carlo M. Cipolla. La Odisea de la plata española. Editorial Crítica.