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lunes, 16 de mayo de 2016

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




SOBRE VERLAINE


“Paul Verlaine murió hace pocos días, no en el hospital como han de suponer algunos de sus admiradores americanos, sino en una casita del Barrio Latino, muy modesta, muy limpia y muy burguesa. Murió tranquilamente, sin sufrimientos, sin desesperaciones, casi sin agonía, entre los brazos de una musa compasiva que quiso endulzar los últimos años del poeta con sus caricias maduras.

Yo conocí a Verlaine hace seis años y según creo la primera vez que de él se habló en español fue cuando se publicó en Madrid mi folleto titulado Esquisses.
¡Pobre "Lelian"! Mi artículo sobre su vida y sus obras le pareció verdaderamente desagradable como lo prueba la siguiente carta de Alejandro Sawa:

"París: enero de 1891.

Querido Enrique:

He entregado  a Verlaine el ejemplar de  tu libro que para él me envías. ¿Debo decirte la impresión que  le  ha  producido? No lo sé; pero como creo que si esto te apena, más te apenaría aún no saber la verdad, paso por encima de todas las consideraciones que pudieran cerrarme la boca y (en estilo de notario) digo:
1° que los primeros  capítulos en los cuales dices indistintamente al hablar del genio en general «Shakespeare,  Homero, Verlaine,  Víctor Hugo, etc.», le parecieron  de perlas: 
2° que la publicación que haces de las cartas que te ha escrito desde el hospital  le ha gustado: 
3° pero que el capítulo de las anécdotas  privadas, le ha puesto de mal humor… ¿por qué?... ya lo verás… Dices tú al comentar una frase erótica suya: "estas palabras pronunciadas por labios marchitos de sesenta años, suenan  de un modo macabro en mis oídos" y él exclama al oír tus líneas "¡Verdaderamente ese Carrillo está loco!... ¿Yo sesenta  años?... No... debe de estar chiflado... De hoy en adelante no volveremos  a ser amigos.

Adiós querido.  Tuyo siempre-. Alex  Sawa".

Empero, a mi regreso a París fuimos de nuevo amigos o, mejor dicho, seguimos siéndolo, pues a decir verdad, los rencores el autor de Sagesse no duraban  nunca sino "el espacio de un ajenjo" como solía decir él mismo.
En el año 1893 la vecindad llegó a convertir nuestras relaciones en una verdadera e íntima amistad. El vivía entonces en el hotel de Lisboa, en la rue de Vaugirard y yo en el hotel de Médicis en la rue Monsieur-le-Prince. Cuando alguien llamaba a mi puerta a las cinco de la madrugada ya se sabía, era Verlaine.
--¿A dónde va usted? --le preguntaba yo.
Y él me respondía invariablemente: --Al café...
Los que al encontrarle algo más temprano o algo más tarde le hubieran hecho la misma pregunta  habrían recibido una respuesta idéntica. "Verlaine --dice Louis Le Cardonnel- no conoce sino el camino del café".
A veces sin embargo, su ruta iba hasta el puente San Miguel en donde vivía en aquella época su buen editor Vanier.
Recuerdo que una mañana de invierno al pasar frente al cabaret del Sol de Oro, oí que alguien me llamaba. Era Verlaine, que tenía un papel en la mano y que me decía en alta voz:
--He aquí mi último soneto... es necesario llevárselo a Vanier para que me dé cinco francos...pero yo no puedo ir... no... no puedo ir... tengo aquí una taza de café y antes de marcharme es necesario que la pague... Vanier es un lagarto que no quiere darme un céntimo mientras no le lleve algo escrito...
Y luego me contó, detalladamente, la historia editorial de sus libros:
--Mis únicos versos que han sido escritos con cuidado, con tranquilidad y con tiempo --me dijo - son las estrofas de Sagesse: desde la primera hasta la última fueron compuestas en la cárcel.”

Enrique Gómez Carrillo. La vida parisiense. Biblioteca Ayacucho.