EN FASHODA
“En algunas tribus, de Fazoql, el rey tenía que administrar
justicia diariamente a la sombra de cierto árbol; si por enfermedad u otra
causa se incapacitaba para cumplir este deber por tres días consecutivos, le
colgaban del árbol con un nudo corredizo que tenía dos navajas dispuestas de
tal modo que al cerrarse el nudo por la tirantez del peso del cuerpo del rey le
cortaban el cuello. La costumbre de matar a sus reyes divinos a las primeras
señales de flaqueza o de vejez ha prevalecido hasta hace poco, si bien es
verdad que está extinguida y no sólo latente, entre los shiíluk del Nilo
Blanco; en recientes años ha sido cuidadosamente investigada por el Dr. C. G.
Seligman. La reverencia que prestan los shiíluk a su rey parece surgir de la
convicción de que es la encarnación del espíritu de Nyakang, el héroe
semidivino que fundó la dinastía y estableció la tribu en su territorio actual.
Es un artículo fundamental del credo shiíluk que el espíritu del divino o
semidivino Nyakang está encarnado en el rey gobernante y que, de acuerdo con,
esto, está investido en algún modo con el carácter de una deidad. Pero aunque
los shiíluk tienen a sus reyes en gran predicamento, tributándoles reverencia
religiosa y tomando toda clase de precauciones contra su muerte accidental, no
obstante acarician "la convicción de que al rey no se le puede consentir
que enferme o envejezca, temiendo que al disminuir su vigor, los ganados
enfermarán y dejarán de reproducirse, las cosechas se pudrirán en los campos y
los hombres, atacados de enfermedades, morirán en creciente número". Para
prevenir estas calamidades se practicaba como regla consuetudinaria general,
matar al rey en cuanto mostraba señales de mala salud o debilidad. Uno de los
síntomas fatales de su decadencia se veía en la incapacidad de satisfacer las
pasiones sexuales de sus mujeres, de las que tenía muchísimas distribuidas en
un gran número de casas en Fashoda. Cuando esta debilidad de mal agüero se
presentaba, las mujeres se lo comunicaban a los jefes, los que, según decían,
intimaban al rey su sentencia de muerte extendiendo una tela blanca sobre su
cara y rodillas cuando dormía la siesta en el bochorno del mediodía. La
ejecución seguía pronto a la sentencia de muerte; construían al efecto una
choza, y a ella conducían al rey,
tendiéndole sobre el regazo de una núbil virgen, y después emparedaban la
puerta dejando a la pareja sin alimento, agua ni fuego, para que murieran de
hambre y de sofocación. Tal era la antigua costumbre que fue abolida hace unas
cinco generaciones en consideración a los excesivos sufrimientos de uno de sus
reyes que pereció de este modo. Se dice que ahora los jefes anuncian su destino
al rey y poco después lo estrangulan en una choza expresamente construida para
esa ocasión.
De las investigaciones del Dr. Scligman se deduce que no sólo
estaba sujeto a terminar de muerte violenta y con la adecuada ceremonia a los
primeros signos de decadencia física, sino que también en el auge de salud y
fuerza era atacado alguna vez por un rival y tenía que defender su corona en un
combate a muerte. De acuerdo con la tradición vulgar shilluk, cualquier hijo de
rey tenía derecho a luchar así con el monarca reinante, y si conseguía matarle
reinaba en su lugar. Como cada rey tenía un gran harén y muchos hijos, el
número de posibles candidatos al trono no solía escasear y el monarca reinante
tenía que estar siempre pendiente de un ataque; pero éste sólo podía tener
lugar con alguna probabilidad de éxito por la noche, pues durante el día el rey
estaba rodeado de sus amigos y guardias reales, siendo difícil para un
aspirante al trono abrirse paso y llegar hasta él. Por la noche era distinto;
entonces los guardias eran despachados y el rey quedaba solo con sus mujeres
favoritas en su recinto y no había por allí cerca nadie que le defendiera
excepto algunos pastores cuyas chozas estaban emplazadas en las cercanías. Las
horas de obscuridad eran por esto los momentos peligrosos para el rey. Se
cuenta que pasaba la noche en constante vigilancia, rondando el grupo de sus
cabañas completamente armado, atisbando entre las sombras o silenciosamente
alerta y quieto, como un centinela en su guardia, en algún sombrío rincón.
Cuando al fin aparecía un rival, la lucha se entablaría en un silencio torvo,
roto solamente por el choque de las azagayas y escudos, pues era cuestión de
honor para el rey no llamar en su auxilio a los pastores cercanos.
De igual manera que el fundador Nyakang, cada uno de los reyes
shilluk era adorado después de muerto en una capilla que se le erigía sobre la
tumba y estas tumbas estaban siempre en el poblado natal del rey. La
tumba-capilla de cualquier rey se parecía a la capilla de Nyakang, consistiendo
en algunas chozas rodeadas de una empalizada; una de las chozas estaba erigida
sobre la tumba del rey y las otras las ocupaban los guardianes de la capilla.
Es difícil, en realidad, distinguir las capillas de Nyakang de las de los
reyes, y los rituales religiosos observados en todas son idénticos en la forma
y sólo varían en materia de detalles, variaciones que evidentemente se deben a
la mayor santidad que se atribuye a las capillas de Nyakang. Las tumbas de los
reyes son atendidas por ciertos viejos o viejas, que corresponden a los
guardianes de las capillas de Nyakang; suelen ser viudas o antiguos servidores
del rey difunto, y cuando alguno de ellos muere lo sustituye alguno de sus
descendientes. Además, ofrendan ganado en las capillas-tumbas de los reyes y
los sacrificios que ofrecen son los mismos que se celebran en las capillas de
Nyakang.”
James G.
Frazer. La rama dorada. Fondo de
Cultura Económica.