“Quisiera decir unas
palabras sobre los últimos momentos de Stevenson. Como ya sabéis, no soy de los
que andan buscando material de interés humano al hablar de libros. El interés
humano no es mi especialidad, como solía decir Vronski. Pero los libros tienen
su destino, según la cita latina, y a veces el destino de los autores sigue al
de sus libros. Ahí tenemos el del viejo Tolstoi, que abandona en 1910 a su familia para vagar
y morir en la habitación de un jefe de estación en medio del estrépito de los
trenes que mataron a Ana Karenina. Y hay algo en la muerte de Stevenson en
Samoa (1894) que imita de manera singular el tema del vino y el tema de la
transformación, tan atractivos para su fantasía. Bajó a la bodega a subir una
botella de su borgoña favorito, la descorchó en la cocina, y de repente llamó a
gritos a su mujer: ¿Qué me pasa, qué es esto tan extraño, me ha cambiado la
cara?, y cayó al suelo. Se le había reventado un vaso sanguíneo en el cerebro,
y falleció un par de horas después.”
Vladimir Nabokov.