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viernes, 30 de enero de 2015

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






EL VIAJE DEFINITIVO


… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedara mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostáljico…

Y yo me iré, y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.


      Juan Ramón Jiménez.

miércoles, 28 de enero de 2015

OBITER DICTUM




“Quisiera decir unas palabras sobre los últimos momentos de Stevenson. Como ya sabéis, no soy de los que andan buscando material de interés humano al hablar de libros. El interés humano no es mi especialidad, como solía decir Vronski. Pero los libros tienen su destino, según la cita latina, y a veces el destino de los autores sigue al de sus libros. Ahí tenemos el del viejo Tolstoi, que abandona en 1910 a su familia para vagar y morir en la habitación de un jefe de estación en medio del estrépito de los trenes que mataron a Ana Karenina. Y hay algo en la muerte de Stevenson en Samoa (1894) que imita de manera singular el tema del vino y el tema de la transformación, tan atractivos para su fantasía. Bajó a la bodega a subir una botella de su borgoña favorito, la descorchó en la cocina, y de repente llamó a gritos a su mujer: ¿Qué me pasa, qué es esto tan extraño, me ha cambiado la cara?, y cayó al suelo. Se le había reventado un vaso sanguíneo en el cerebro, y falleció un par de horas después.”


Vladimir Nabokov.

lunes, 26 de enero de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



EN ALEJANDRÍA


“Decidimos ir a ver con nuestros propios ojos lo que ocurría. De nuevo en la carretera, nos vimos, como antes, ante una interminable cadena de vehículos que se dirigían al Este; al atardecer había empezado a soplar una tormenta de arena, para ponerlo todo peor. En la encrucijada, donde una carretera penetra en el desierto y la otra va a Alejandría, la situación se puso imposible. Los pantanos salinos se extienden aquí a ambos lados de la carretera y ahora los vehículos estaban tan apretujados que iban de dos y hasta de tres en fondo. Era imposible pasar, imposible adentrarse por los pantanos donde los vehículos se hundirían sin remedio. Estaba ya oscureciendo, de modo que decidimos renunciar a tratar de llegar a El Alamein e ir en su lugar a Alejandría.
        Paso a paso, casi como tortugas, fuimos carretera adelante. A veces teníamos que parar completamente. Luego, gradualmente, el tráfico fue haciéndose menos denso y acabó cesando por completo. Yo nunca había visto la carretera de Alejandría tan sombría y solitaria: aquellos parapetos, aquellas llanuras salinas, antes tan llenas de soldados, parecían ahora desiertas. Hasta los beduinos parecían haber desaparecido. De vez en cuando un camión militar o un coche lleno de soldados pasaba a toda velocidad, daba la vuelta a la esquina y desaparecía en dirección a El Cairo, pero el viejo campamento donde los polacos se habían fogueado, que solía estar lleno de vehículos y material recién llegado, estaba ahora extrañamente vacío. Vi una compañía de soldados indios que estaba formándose para escuchar a un oficial, parecían una patrulla de demolición o de vigilancia de retaguardia. Un poco más allá, vi otra compañía india que iba hacia una hilera de camiones, cada indio con su petate al hombro.
        Así las cosas, llegamos por fin a Alejandría. Allí, de la noche a la mañana, todo parecía haber perdido vida. Los globos de cortina contra los aviones flotaban aún sobre la ciudad, pero casi todos los barcos se habían ido, muchas tiendas estaban cerradas, y las calles, que solían hervir de gente a esta hora del atardecer, estaban ahora medio desiertas.
        Nos paramos ante el «Cecil Hotel», junto al muelle. Siempre había sido nuestro cuartel general alejandrino y era un edificio alegre, lleno de oficiales de la flota y de mujeres. Ahora, todo esto había cambiado. Nos fue fácil encontrar habitación. El bar estaba medio vacío, y la poca gente que vimos en él estaba sentada en grupitos, comentando las noticias o la falta de noticias. Dos policías militares se nos acercaron y nos ordenaron que nos incorporásemos inmediatamente a nuestras unidades; les dijimos que no sabíamos a dónde teníamos que ir a presentarnos, como no fuese al Cuartel General, y que nos era imposible volver allí a causa del embotellamiento del tráfico. Por fin, convinimos en que, como los demás oficiales que estaban en el hotel, no saldríamos de él hasta la mañana siguiente.”


Alan Moorehead. Trilogía africana. Inédita Editores.

domingo, 25 de enero de 2015

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





CREÍ PASAR MI TIEMPO...


Creí pasar mi tiempo
amando
y siendo amada
comienzo a darme cuenta
que lo pasé despedazando
mientras era a mi vez
des
   pe
     da
       za
         da.


Claribel Alegría.

jueves, 22 de enero de 2015

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






BROOMS


1

Only brooms
Know the devil
Still exists,

That the snow grows whiter
After a crow has flown over it,
That a dark dusty corner
Is the place of dreamers and children,

That a broom is also a tree
In the orchard of the poor,
That a hanging roach there
Is a mute dove.


Charles Simic

lunes, 19 de enero de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




LAS HUELLAS DE CARQUEMIS


“Pero resulta difícil expresar con palabras el espíritu del lugar, de las ruinas que quedan en aquella tierra inmensa, azotada por el viento y carente de vegetación. En el Kalaat, donde las columnas romanas cubiertas de líquenes descansan sobre la hierba, bajamos por la pendiente de tierra hasta los niveles inferiores del terreno hitita y nos encontramos en un mundo extraño en el que puede suceder cualquier cosa. A la derecha fluye el Éufrates, cuyas aguas marrones brincan y se arremolinan, formando una pronunciada curva. El montículo de la acrópolis, calcinado y lleno de zanjas, se alza sobre el río; hacia el interior, la aplastante línea de las murallas impide ver más allá y da la sensación de que se trata de una ciudad vallada. Nos encontramos sobre el deteriorado pavimento o en el patio adoquinado cuyas piedras pulidas no han conocido la huella de un pie humano desde que Carquemis se derrumbó entre el humo y el tumulto hace dos mil quinientos años, y a nuestro alrededor hay largas hileras de figuras esculpidas, dioses, animales, hombres que luchan e inscripciones en honor de reyes olvidados; estatuas de antiguas divinidades; amplias escaleras y puertas, en cuyos umbrales se ven aún las cenizas; basas de columnas con fustes de cedro y capiteles de bronce con dibujos labrados de redes y granadas… Y las anémonas escarlatas que crecen entre las piedras, los lagartos que toman el sol sobre los muros del palacio o el templo, y el viento primaveral que cubre de polvo las ruinas de la ciudad imperial. Carquemis debió de ser magnífica cuando sus esculturas lucían alegres colores, cuando el sol brillaba sobre los muros esmaltados y los apagados ladrillos estaban recubiertos con paneles de cedro y placas de bronce, cuando los caballos empenachados tiraban de los carros por sus calles; y los grandes señores, con amplios trajes bordados y cinturones negros y dorados, entraban y salían por las puertas esculpidas de los palacios. Pero incluso ahora, cuando el lugar está abandonado y arrasado, en la melancolía de sus ruinas se encuentra un encanto sutil que compensa la gloria de sus mejores tiempos. Reina la nostalgia, como en todas las ruinas. Pero antes de la hora de comer desaparece, cuando los hombres descansan en la gran escalera, se apelotonan a la sombra de la Muralla Procesional o, cuando un par de trovadores errantes llegan hasta allí y, al sonido de la penetrante flauta y el tambor medio centenar de hombres se reúnen en el patio del palacio; entonces se olvida la tristeza de las cosas perdidas. Esos vagabundos con sus atuendos chillones, como flores en un jardín de piedra, esos despreocupados bailarines de tez oscura, no podrían encontrar un escenario mejor que las piedras caídas, los peldaños que ascienden como un decorado teatral para su representación al aire libre, y la fila de carros esculpidos que realzan la vitalidad humana con su edad intemporal.”


Leonard Woolley. Ciudades muertas y…  Ediciones del Viento.

miércoles, 14 de enero de 2015

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA




AND DEATH SHALL HAVE NO DOMINION


And death shall have no dominion.
Dead men naked they shall be one
With the man in the wind and the west moon;
When their bones are picked clean and the clean bones gone,
They shall have stars at elbow and foot;
Though they go mad they shall be sane,
Though they sink through the sea they shall rise again;
Though lovers be lost love shall not;
Ant death shall have no dominion.

And death shall have no dominion.
Under the windings of the sea
They lying long shall not die windily;
Twisting on racks when sinews give way,
Strapped to a wheel, yet they shall not break;
Faith in their hands shall snap in two,
And the unicorn evils run them through;
Split all ends up they shan’t crack;
And death shall have no dominion.

And death shall have no dominion.
No more may gulls cry at their ears
Or waves break loud on the seashores,
Where blew a flower may a flower no more
Lift its head to the blows of the rain;
Though they be mad and dead as nails,
Heads of the characters hammer through daisies;
Break in the sun till the sun breaks down,
And death shall have no dominion.

Dylan Thomas.

domingo, 11 de enero de 2015

ALLÁ EN LAS INDIAS






DE LA BORRACHERA TAN FAMILIAR A LOS INDIOS


        Entre todas las enfermedades de los indios, en cuya cura debe vigilar el gobernante cristiano, ninguna hay más extendida ni más perniciosa ni más difícil de sanar que la ebriedad. Los que conocen bien las cosas del Nuevo Mundo afirman que no se puede adelantar nada en la religión, ni en ninguna institución política, si no se extirpa de los indios este mal tan arraigado.
        Es digno de admiración que en tantas naciones como se han hallado en el Nuevo Mundo, no teniendo ninguna conocimiento ni uso del vino, sea tan general el uso de la embriaguez, hasta el punto que es cosa de milagro no lleguen a despreciar y odiar la sobriedad, lo que se refiere del Tucumán, no sé si con verdad. Un solo vicio es la embriaguez y, sin embargo, es increíble de qué maneras tan varias y tan exquisitas se procura. Es notorio que de arroz se hacen los etíopes sus bebidas embriagantes, y los chinos de un jugo que exprimen y cuecen; nuestros indígenas de su maíz mascado sacan el mosto que después lo mezclan con agua y lo cuecen; otros usan maíz podrido y de ahí sacan la que llaman sora, que es más potente que cualquier vino de uvas. Algunos hacen sus vinos de ciertos ramos cortados de los árboles, otros de zumos que exprimen de palmitos y es de gran eficacia para embriagar, el cual lo conocieron los antiguos, como escribe Crisóstomo. Algunos esclavos de las islas mezclan el jugo de azúcar con ciertas hierbas, de donde sacan una bebida bravísima que ellos llaman guarapo. Mas ¿para qué referir todas las especies de embriaguez? La fuerza que la naturaleza escondió en sola la vid, las malas artes del hombre la han extendido a cosas innumerables, mas ni esto es nuevo ni exclusivo de nuestros bárbaros.


José de Acosta. Historia natural y moral de las Indias.

jueves, 8 de enero de 2015

OBITER DICTUM





“Casi todas las filosofías, la mayoría de las religiones y buena parte de la ciencia evidencian una preocupación desesperada e incansable por la salvación de la humanidad. Si renunciamos al solipsismo, estaremos menos preocupados por la suerte del animal humano. La salud física y mental no radica en un amor introvertido hacia todo lo humano, sino en recurrir a lo que Robinson Jeffers llama, en su poema “Meditation on Saviors”, la orilla al otro lado de la humanidad.
       El Homo sapiens es sólo una de entre una multitud de especies y no es obvio que valga especialmente la pena preservarla. Tarde o temprano, se extinguirá. Cuando se haya ido, la Tierra se recuperará. Mucho después de que haya desaparecido todo rastro del animal humano, muchas de las especies que éste se ha propuesto destruir seguirán ahí, junto a otras que todavía están por surgir. La Tierra olvidará a la humanidad. El juego de la vida continuará.”

John Gray.


lunes, 5 de enero de 2015

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA




CONSULTORIO SENTIMENTAL


Caballero de buena voluntad.
Apto para trabajos personales
Ofrécese para cuidar señorita de noche
Gratis
sin compromisos de ninguna especie
A condición de que sea realmente de noche.

Seriedad absoluta.
Disposición a contraer matrimonio
Siempre que la señorita sepa mover las caderas.

Nicanor Parra.

jueves, 1 de enero de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




OTRO MUNDO


“Cuando vi Nueva York por primera vez me imaginé caído en otro mundo, en un planeta de gentes que habían logrado vencer las leyes de la gravitación y jugueteaban con ellas. Contemplando los grupos de «rascacielos», edificios tan altos que muchas veces hunden su cumbre en los vapores de la atmósfera, los creí por un momento obras de gigantes, algo extraordinario y quimérico, más allá de las limitadas fuerzas de nuestra especie. Luego, al considerar que eran creación de pobres hombres como nosotros, con iguales debilidades e ilusiones, sentí orgullo de pertenecer al género humano, que, no obstante su debilidad física, puede realizar, gracias a su inteligencia, tales maravillas.
Para mí, Nueva York es una de las ciudades más hermosas de la tierra; hermosa a su modo, con una belleza colosal, soberbia, audazmente despreciadora de muchos cánones estéticos venerados en el viejo mundo con la inmutabilidad de los dogmas religiosos.
No digo que este arte, especialmente americano, deba servir de modelo al resto de la tierra, ni deseo que todas las ciudades sean como Nueva York. La vida es la variedad. Igualmente resulta desesperante encontrar en todas las latitudes falsas catedrales góticas o imitaciones del Partenón. Pero me enorgullece como hombre la existencia de un Nueva York con sus audaces edificios, atropelladores de los obstáculos que esclavizaron durante siglos al  constructor; con sus torres gigantescas que después de hincar las raíces en profundidades no alcanzadas por los árboles archicentenarios se lanzan en busca del cielo.
Hay en el viejo mundo construcciones tan altas como las de Nueva York, pero aisladas y excepcionales. Lo que en Europa representa una altura extraordinaria, que atrae la peregrinación de los admiradores, es aquí el nivel corriente de los edificios principales de un barrio. La Torre Eiffel todavía resulta actualmente más alta que los «rascacielos» norteamericanos. Pero esta torre es un andamiaje metálico, algo que parece provisional, sin la majestad imponente y sólida de los edificios neoyorquinos.
La gran metrópoli del mundo moderno ha creado un arte, leal reflejo de su concepción de la vida. Es algo grandioso, atrevido, rectilíneo, que hace pensar en el empuje sobrehumano de los inventores, los cuales solamente realizan sus descubrimientos atropellando los respetos, disciplinas y convenciones que encadenan a sus contemporáneos.
Los artistas que abominan del ferrocarril por su fealdad, pero llorarían de pena si los obligasen a viajar a pie, como en otros tiempos; los que ensalzan las sobriedades poéticas de la vida primitiva en habitaciones con prosaica luz eléctrica, calefacción central y vulgares aparatos higiénicos, cuando quieren sintetizar lo horrible de la vida moderna, nombran a Nueva York, que los más de ellos sólo conocen por referencias. Y el rebaño panurguesco de los esnobs, para simular delicadezas estéticas, maldice igualmente un arte vigoroso y franco, reflejo característico del pueblo que más estupendos milagros lleva realizados en la época presente por su deseo de mejorar nuestra existencia material.
Esta ciudad que parece construida para otra raza más grande que la humana hace pensar en Babilonia, en Tebas, en todas las aglomeraciones enormes de la historia antigua, tales como nos imaginamos que debieron ser y como indudablemente no fueron nunca.
Hay calles en Nueva York que apreciarían en Europa como de aceptable anchura y parecen aquí modestos callejones, profundas grietas, a cuyo fondo no podrá llegar nunca el sol. Tan enorme es la altura de sus edificaciones laterales, que obliga a elevar los ojos, echando atrás la cabeza con una violencia precursora del vértigo.
La imaginación se resiste en el primer instante a concebir tales construcciones como obra de los humanos. Más bien las cree algo anterior a la presencia de nuestra especie sobre el planeta. Recuerda también a ciertas montañas que horadaron y ahuecaron los trogloditas en los siglos más oscuros de la Historia, convirtiéndolas en templos subterráneos o en ciudades-cuevas.
Cuando llega la noche no hay aglomeración humana, no la ha habido nunca, que ofrezca el aspecto mágico de esta urbe, en cuyo seno fue sujetado y domado el cuerpo impalpable de la electricidad, encadenándolo para siempre a las necesidades del hombre.
Los grandes edificios, con sus millares de ventanas iluminadas, son inmensos tableros de ajedrez, rojos y negros, que se estiran hacia las nubes. Las quimeras soñadas por los cuentistas orientales se realizan en esta metrópoli que muchos creen inaccesible a toda sensación de belleza. Sobre los tejados, el anuncio industrial crea un mundo fantástico que parece lanzar un reto a las exigencias de la realidad y a la tranquila sucesión de las horas. Las hadas nocturnas de Nueva York, volando en alturas sólo frecuentadas en otras partes por las águilas, van colgando del negro terciopelo del espacio figuras y adornos de fuego, pavos reales de plumaje multicolor, tropas de duendes que gesticulan mirando a las estrellas o les guiñan un ojo maliciosamente, mujeres de luz que, sentadas en un columpio, se balancean con la cabellera suelta por encima de los astros; toda una fauna y una flora de Las mil y una noches, nacida regularmente con los primeros latidos de la luz sideral y que se borra con la aurora, haciendo levantar sus cabezas a la muchedumbre circulante por las profundas grietas de las avenidas, orladas de puntos de luz.
Hasta hace poco, Londres era la ciudad más grande del mundo. Ahora la ha sobrepasado Nueva York. El eje de la historia humana, que durante siglos fue trasladándose de una a otra nación, siempre dentro de Europa, ha cruzado el mar, y está actualmente en la ribera occidental atlántica.”


Vicente Blasco Ibáñez. La vuelta al mundo de un novelista. Sempere y Compañía Editores.