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miércoles, 12 de noviembre de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




UN HOMBRE SIN VICIOS


“Yo conocía a Harold desde sus primeros días como auxiliar forestal. Era sudafricano de nacimiento y un hombre con un físico esplendido, con hombros anchos y caderas estrechas, ojos de un azul escandinavo, y pelo por todas partes, como un gorila. Tras su llegada a Birmania se hallaba en la jungla como pato en el agua, y jamás le importó la soledad de aquella vida, de hecho, lo habitual es que prefiriera estar solo, incluso cuando se hallaba de permiso, aunque en otros momentos participaba en desenfrenadas fiestas y se entretenía a lo grande. Era un hombre sin vicios, aunque algunas de sus características casi podrían considerarse como tales. Una de ellas era hacer siempre una declaración más alta de su mano en el bridge o en el póquer, otra su desmesurada pasión por los crucigramas, y la tercera que era un bromista impenitente. Recuerdo que en un baile de gala en Maymyo introdujo unos sándwiches de sardina en los bolsos de todas las mujeres que estaban bailando, y tuvo el atrevimiento de compadecerse de varias chicas que los descubrieron al hacer una pausa para empolvarse la nariz después de acabar ese baile. Incluso iba por ahí diciendo: «Algún impresentable sinvergüenza debe de andar suelto». No obstante, cometió el error de meter uno en el bolso de mi mujer; ella reconoció enseguida su autoría y lo puso de manifiesto. En una ocasión similar soltó un enorme número de grillos reales, de los de tamaño más grande, en el cuarto de las damas y en la pista de baile. De golpe se echaron a volar y se posaron por todas partes, mostrando una particular querencia por buscar refugio para sus cuerpos sedosos en los pechos y por debajo de las espaldas de las chicas que llevaban los vestidos ligeros más escotados. Cundió el pánico y se perdió el decoro, mientras los acompañantes de las chicas trataban de ayudar, con dedos nerviosos, a localizar a los insectos más atrevidos y esforzados. Sin embargo, Harold no se quedó a contemplar los resultados de su tropelía, se había marchado para darse un solitario baño a la luz de la luna.”


J. H. Williams.
Bill de los elefantes.
Ediciones del viento.