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domingo, 2 de noviembre de 2014

OBITER DICTUM





Su Excelencia me examina unos instantes y avanza apausado, con lentitud ensayada y efectista; al llegar a mí me ofrece su diestra pulida y pequeña, y con una languidez al par amable y fatigada —el ademán de alguien que va cansándose de ser demasiado indulgente, demasiado bueno— me autoriza a sentarme. Obedezco. Yo ocupo un sillón. Su Excelencia se ha instalado a mi izquierda, en la sombra, sobre un diván. Su sitio es superior al mío; es un lugar "estratégico", desde el cual me observa y escruta mejor que yo a él, puesto que yo estoy en la luz; y un segundo vuelvo a acordarme de aquellos cancerberos que —según aseguran— desde las habitaciones y pasillos contiguos al salón apuntan con sus revólveres a los visitantes. Mas apenas pienso en ello, cuando la visión siniestra se va...


Eduardo Zamacois