ESCRITO EN LANDESBERG
“En el invierno de 1919 y más todavía en
la primavera y el verano de 1920, el joven partido nacionalsocialista se vio
obligado a definir su posición frente a un problema que, durante la guerra,
habría asumido extraordinaria importancia. En la breve descripción contenida en
la primera parte de este libro, acerca de los síntomas que pude constatar
personalmente sobre el desastre alemán que se avecina, hice referencia a la
índole especial de la propaganda ejercitada tanto por los franceses como por
parte de los ingleses, para fomentar la antigua querella entre el Norte y el
Sur de Alemania. En la primavera de 1915 aparecieron sistemáticamente en el
frente alemán los primeros volantes de agitación contra Prusia, señalándose a
este país como al único culpable de la guerra.
En 1916 alcanzó esta campaña un grado de
desarrollo consumado a la par hábil y villano. Pronto comenzó a dar sus frutos
aquella agitación hecha entre los alemanes del Sur contra los del Norte, y que
estaba calculada para estimular los más bajos instintos.
Es fuerza hacer a las autoridades responsables
de entonces, tanto en el gobierno como en el ejército -pero ante todo en el
comando bávaro- un reproche que no pueden eludir: y este es que, en criminal
olvido del cumplimiento de su deber, no obrasen con la entereza necesaria,
frente a semejante campaña. ¡Nada se hizo! Por el contrario, incluso parecía
que al algunos sectores no se veía con desagrado aquella campaña, pensándose
con evidente limitación mental, que, mediante aquella funesta influencia, no
sólo se oponía una barrera al desenvolvimiento de unidad alemana, sino que con
ello, se producía también, automáticamente, una intensificación de la tendencia
federalista. ¡Raramente ha de encontrarse en la Historia un caso de
deliberado descuido con efectos más graves! El debilitamiento que se creía
infligir a Prusia afectó a toda Alemania y su consecuencia fue precipitar el
desastre, que significó no sólo la ruina del conjunto nacional de Alemania,
sino asimismo la de cada uno de los Estados alemanes en particular.
Munich, la ciudad donde con más violencia
ardía el odio artificialmente concitado hacia Prusia, debió ser la primera en
lanzar el grito revolucionario contra su tradicional monarquía.
Pero sería un error atribuir
exclusivamente a la propaganda de guerra enemiga el origen de ese espíritu
hostil a Prusia. La forma increíblemente insensata en que estaba organizada
nuestra economía de guerra, que, con una centralización rayana en el absurdo,
mantenía bajo su tutela todo el territorio del Reich, y lo explotaba, fue una
de las causas principales que engendraron aquel sentimiento antiprusiano; pues,
para la concepción de la gente del pueblo, los comités de aprovisionamiento,
que tenían su central en Berlín, estaban identificados con la capital y, a su
vez, Berlín con Prusia.
Demasiado malicioso era el judío, para no
haberse dado cuenta, ya entonces, de que la infame campaña de explotación que
él mismo había organizado contra el pueblo alemán, bajo la capa de los comités,
de aprovisionamiento, provocaría y debía provocar resistencia. Mientras esa resistencia
no implicó para él un peligro, no tenía porqué temerla; pero a fin de prevenir
una explosión de las masas movidas por la desesperanza y la indignación,
descubrió que no podía haber receta mejor que la de desviar el furor popular en
otro sentido, como medio de neutralizarlo.
¡Luego vino la revolución!
El judío internacional, Kurt Eisner,
comenzó a intrigar en Baviera contra Prusia. Dando al movimiento revolucionario
bávaro un cariz deliberadamente hostil contra el resto de Alemania, no obraba
ni en lo más mínimo animado del propósito de servir intereses de Baviera, sino,
llanamente, como un ejecutor del judaísmo. Explotó los instintos y antipatías
del pueblo bávaro para poder, por ese medio, desmoronar más fácilmente a
Alemania. Pero pronto el Reich en ruina habría caído en manos del bolchevismo.
Óptimos frutos produjo el arte con que
los agitadores bolcheviques supieron presentar la eliminación de la república
del Consejo de Soldados como una victoria del "militarismo prusiano"
sobre el pueblo bávaro "antimilitarista y antiprusiano". Cuando en
Munich se realizaron las elecciones para la dieta constituyente de Baviera,
Kurt Eisner contaba en su favor escasamente con diez mil adeptos y el partido
comunista apenas si llegaba a tres mil, en tanto que al producirse el fracaso
de la república comunista, el número de ambos grupos había alcanzado ya un
total aproximado de cien mil.
Desde aquella época, me empeñé
personalmente en la lucha contra la descabellada agitación de los Estados
alemanes entre sí. En toda mi vida no creo haber emprendido jamás obra más
popular que aquella campaña mía de resistencia contra la animadversión
existente contra Prusia. Durante el gobierno del consejo de soldados tuvieron
lugar en Munich los primeros mítines donde se excitaba el odio contra el resto
de Alemania, en especial contra Prusia, en una forma tal, que no sólo entrañaba
peligro de vida para el alemán del Norte que se arriesgase a concurrir a un
mitin de aquellos, sino que aquellas demostraciones concluían casi siempre con
la estúpida vocinglería de "¡Abajo Prusia!", "¡Separémonos de
Prusia!", ¡"Guerra a Prusia"!, etc., estado de ánimo que hallaba
su expresión cabal en el grito de guerra de un "insuperable"
representante de los altos intereses de Baviera en el Reichstag, que decía :
Preferimos morir como bávaros antes que perecer como prusianos.”
Adolf Hitler. Mi lucha.