EN EL SILENCIO DE LA BIBLIOTECA
Bajo el sol de la tarde de
verano,
ciega el albor de estas casonas
viejas,
mientras que en sus estancias
silenciosas
la penumbra nos baña y nos
consuela.
Y, como un moscardón, zumba el
silencio;
un pregón que se arrastra, es una
queja...
Duerme un profundo sueño la
ciudad
en estas lentas horas de la
siesta.
Y yo, sin dormir, sueño
en la paz que hay aquí, en la
Biblioteca
municipal, donde se oyen las
plumas
correr sobre el papel, cansadas,
lentas...
Algún adolescente,
acodado sobre una antigua mesa,
lee los Episodios Nacionales,
o
novelas de Verne, o de Pereda.
Y hay unos hombres calvos
consultando
el Diccionario de jurisprudencia.
De los libros vetustos hay un
vago
perfume a cosas muertas;
en los viejos estantes empolvados
parece que bostezan
de tedio y de cansancio, ellos
que dicen
las añoradas vidas de otras
épocas,
como abuelos que cuentan su
pasado
y que hoy contemplan esta vida
quieta...
Y delante de mí, abierto un tomo,
que no sé de qué trata, lo
contemplan
mis ojos que soñando ven ahora
al abuelo de nívea guedeja;
y escucho el desgranar de sus
palabras
con un sonoro ritmo de leyenda...
Y la paz es profunda;
no llegan los rumores desde
fuera.
Los empolvados libros
quedamente bostezan...
Y delante de mí, abierto un tomo,
que sin verlo mis ojos lo
contemplan.
Fernando Fortún.
Fernando Fortún.