CÁRCELES Y HOSPICIOS
“En Nueva-York hay una casa de refugio
para los jóvenes delincuentes de ambos sexos, en donde se les enseñan oficios
análogos a sus disposiciones, y no están expuestos a corromperse por los malos
ejemplos de los criminales de las otras cárceles. Hay igualmente un hospicio de
sordo-mudos, y un asilo de locos. En todos estos establecimientos hay el mejor
orden, y nada falta a los desgraciados a quienes la suerte ha condenado a
sufrir. El interés que toman los encargados de velar de la dirección de estas
instituciones, y la perfecta cooperación que encuentran en todos sus agentes,
son verdaderamente laudables y dignos de ser propuestos como modelos. Los que
comparen este establecimiento con nuestro S. Hipólito de México, notarán en el
hospicio mexicano magnificencia de edificio, dotaciones grandes de empleados y
administradores, un templo espacioso, muchos reglamentos y rentas cuantiosas,
al lado de la falta de limpieza, de la poca asistencia a los dementes; mientras
en el norte-americano el edificio es proporcionado a la necesidad, hay una
capilla, el cuidado y esmero para con los lunáticos es admirable, el aseo y
limpieza de camas y ropas no dejan que desear y los sueldos son sumamente
moderados.
En
el estado de Nueva-York hay dos grandes prisiones sobre el modelo poco más o
menos de las de los estados de Massachussets y Pensilvania, de que ya he
hablado. Estas son Singsing sobre el río Hudson, y Aunburn sobre el Oswego.
Esta última tiene quinientos cincuenta cuartos, en cada uno de los cuales hay
un preso. Su encierro no es, como el de los de la Penitenciaría de Filadelfia,
para permanecer solitarios por todo el tiempo de su condena. Habiendo
considerado la legislatura del estado que el ejercicio corporal es de necesidad
para conservar la salud, se les destina al trabajo durante el día, bajo las más
estrictas reglas. Luego que entra el sentenciado, se le da la ropa de la
prisión, se le lee el reglamento y se le instruye de sus obligaciones. Estas se
reducen a obedecer las órdenes y trabajar con actividad y en silencio; a hablar
siempre con respeto a los custodios de los prisioneros; a no hablar sin
necesidad ni aun a los mismos guardianes; no cantar ni bailar, ni hacer ruido
alguno; no separarse del local en que están destinados sin permiso; no distraerse
de su trabajo ni descansar un momento. Tampoco les es permitido recibir cartas,
ni tener especie alguna de comunicación de afuera. Todas las que tengan de este
género, deben ser por conducto de sus custodios. Cada preso tiene una Biblia a
costa del estado.
Por
las infracciones que comenten del reglamento o de las advertencias verbales,
son inmediatamente castigados con la pena de azotes con un látigo de cuero. Los
castigos son tan prontos y tan inmediatos a las faltas, que hay muy raros
ejemplos de que se comentan éstas. Por la mañana temprano se toca la campana, y
los carceleros abren las celdas de los presos. Estos salen a un patio común en
verano, o a un gran salón en invierno, se lavan las caras y las manos en
vasijas destinadas al efecto, y a continuación pasan en línea, como soldados, a
sus respectivos trabajos. Los nuevos presos, si tienen oficio, trabajan en él;
si no, se les enseña el que escojan. Trabajan regularmente doce horas. Comen en
refectorio, y siempre de espaldas los unos de los otros en el mayor silencio.
Cuando necesitan los criados, levantan las manos y se les sirve lo que quieren.
El tiempo de cada comida es regularmente de media hora. Al retirarse por la
noche se lavan otra vez las manos y la cara. Se les mantiene siempre la ropa
aseada.
Los
domingos, después de lavarse, en lugar de trabajar van a la capilla, en donde
el capellán hace el servicio divino. Los que no saben leer y escribir, que son
raros, van a la escuela dominical, en donde reciben la instrucción conveniente.
Las
raciones de cada preso por día son diez onzas de carne de cerdo, o diez y seis
de vaca; diez onzas de harina de trigo, doce de harina de maíz cocida, papas
calientes, y medio cuartillo de centeno hecho en forma de café, endulzado con
melaza: en la comida se les da sopa hecha de caldo de vaca espesada con harina
de maíz, pan, papas y agua fría. Para cenar, una especie de polenta de maíz que
llaman musk y agua fría. Esta cantidad de alimento se ha considerado la
necesaria para mantener a los presos en perfecta salud.
La
ganancia media de cada preso se calcula en el día de dos a tres reales. De este
fondo salen los gastos de prisión, la que es tan aseada y limpia que no puede
apetecerse más. Los presos antes de salir en libertad están obligados a contar
su vida, y decir qué género de profesión han ejercido y van a ejercer. Esto
hará una colección curiosa de anécdotas, de que podrán sacarse útiles
observaciones acerca del carácter nacional, y aun de la naturaleza humana. De
ciento sesenta que habían salido ciento y doce se enmendaron completamente, y
veintiséis continuaron malos: el resto indiferentes. Los presos dicen que su
mayor pena es el no poder conversar, ni tener noticias de lo que pasaba fuera.
Es necesario confesar que estas precauciones son necesarias, y llorar sobre la
suerte del hombre condenado a sufrir tan grandes privaciones. Aquí no puede
decirse con el Dante:
Lorenzo de Zavala.
Viaje a los Estados-Unidos del Norte de
America.
Imprenta de Castillo y Compañía.