«Ahora, dieciséis
años después, el lugar donde se hizo La noche de la iguana se ha convertido en
un pueblo fantasma. Aparte del viejo hotel —que sirve de vivienda al guarda
mexicano y su familia—, lo único que queda son las fachadas de las casas y
montones de escombros. Algún que otro turista llega allí desde la playa de
Mismaloya, pero en general es un lugar silencioso y desierto con sus ásperos
límites piadosamente suavizados por la selva invasora. A nadie —salvo a un
viejo que a veces pasa por allí yendo de Las Caletas a Vallarta— parece
importarle un comino lo que le suceda al lugar. A él le gustaría que lo
demolieran y se lo devolvieran a las iguanas. El viejo soy yo, por supuesto.»
John
Huston.