Ahora que este mustélido hambriento, atroz y diminuto, ávido
y vulgar, inagotable, que recorre mis venas para engendrar, arrasar o devorar cada
neurona de mi cerebro con incansable parsimonia os veo por primera vez, os veo
sin el maquillaje de nuestra ruina, os veo grotescos, vanos e innecesarios, aunque
intuyo el posible espejismo, la alucinación, tras ella, codiciosa cazadora, que se burla de nosotros vistiéndonos a todos con el mismo rostro cojitranco antes
de arrojarnos a la escombrera del trapero con una sonrisa por despedida.
Baldomero
Dreira.