EN
EL PUERTO
A una señal dejaron de
moverse las grúas,
el pájaro de hierro
plegó sus alas grises
y en los oscuros
barcos de los países
sólo se oía el pálido
rumor de las garúas.
En
cercanas recovas de reverberos crudos,
de
ásperos impermeables y cáscaras de fruta,
comen
agrios pescados los marineros rudos.
Rasca un violín
insomne la joven prostituta.
Sus dulces nombres
mecen las barcas de la orilla,
sin carbón, sin
aceite, sin guía, sin destino.
De los amplios
galpones llega el olor del vino.
La fugitiva rata corre
a la alcantarilla.
Ya sus perros de
niebla lanza el viento en el puerto.
Rondan los barcos
mudos invisibles gaviotas.
Los mascarones sueñan
con ciudades remotas.
Llueve sobre la gorra
del marinero muerto.
Raúl González Tuñón