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jueves, 15 de noviembre de 2018

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EL MIGUELITO

“Colocado en medio de la acera, con el sombrero hasta las cejas y la capa hasta los ojos, mintiendo buen cuerpo y airoso talle, se vé á un hombre en actitud observadora y reposada. Si  tiene cédula de  vecindad, cosa bastante problemática, es seguro que no se marcará en ella la profesion que ejerce. Y, sin embargo, el tipo que analizamos ejerce una industria  que debe ser lucrativa, porque hace una docena de años que vendía arena de mármol de San Isidro, y hoy luce sortijas en la mano y una cadena colosal en el chaleco, que á no ser de rico dublé podría tomarse por de oro finísimo de Arabia.
El sitio predilecto del mismo es la acera comprendida entre la calle de Carretas y la Carrera de San Jerónimo; las horas á que puede vérsele desde la una de la tarde á las diez de la noche; suele hacer frecuentes desapariciones; pero no es dudoso que ninguna pasará de un cuarto de hora. El hombre llena sin duda una obligacion, así durante su guardia como en su ausencia.
Al pasar junto á él otro embozado, en el momento que hemos elejido para estudiarle le ha llamado Miguelito. Ya es una noticia biográfica: sepamos esperar y acaso conoceremos toda su vida y milagros.
Pero trascurre un cuarto de hora, y nuestro hombre sigue en su primitiva actitud, examinando atentamente á todos los transeuntes, como si esperase á alguno. Al cabo de  este tiempo sonrie  imperceptiblemente: sin duda tiene ya lo que buscaba.
Y lo que buscaba no es otra cosa que un jóven, que mira en todas dirécciones como embobado; que se pára observando la altura del surtidor de la fuente que ocupa el centro de la plaza; que admira  tímidamente  á las beldades que pasean sus venales atractivos por entre la multitud,  y que luce un cigarro de tres cuartos en una  boquilla con cabos  de plata.
Nuestro jóven, colocado en una antesala y á media luz podría confundirse con un cuelgacapas; tal es la gracia con que lleva sus ropas , cuyo brillo denuncia que son nuevas y cuyo corte no desdeñaría algun sastre de fama, si  una imprudente etiqueta cosida á uno de los faldones del gaban no dijera con toda elocuencia. Tienda  del leon rapante, cálle de la Cruz, núm. 99.
Al pasar nuestro forastero, --pues sin duda lo es--junto al industrial que le marcado por suyo, siente que le posan una mano sobre  el hombro, al mismo tiempo que escucha una voz que le dice:
--¡Vaya V. con Dios!
Párase  el jóven balbuceando algunas frases, con las que  quiere dar á entender  á su interlocutor que nunca  le ha  conocido; pero este continúa:
--Poca  memoria tiene V. para estudiante. ¿No va V. hoy á casa del duque?
--Sin duda está V. equivocado. Yo no conozco á ningun duque.
--¡Qué!¿No estuvo V. ayer en la calle de la Victoria?
--Ni sé dónde está.
--Dispense V., amigo  mio; pero se parece V. al que yo buscaba como  un huevo á otro.
--Está V. dispensado.
--Pero no ha de ser inútil mi equivocacion involuntaria, y si quiere  Y. acompañarme á casa del duque le  presentaré á los amigos.
--¿Pero, qué amigos?
--Gente alegre y campechana, que tira las onzas por pasar el rato. V. tiene cara de hombre de suerte, y capaz de dar siete golpes á un duro.
El jóven ha oido referir en su pueblo que en Madrid se pueden ganar miles y miles con un poco de suerte; se ha gastado acaso en ocho días el dinero que debia durarle un mes, y comprendiendo que le invitan  á entrar en una casa de juego, cae en el lazo y aprovecha la feliz coyuntura  que le ofrece su parecido con otra persona para aceptar el ofrecimiento de su franco interlocutor.
Si, por el contrario, recuerda los consejos de su padre, que compromete y gasta la hacienda de sus abuelos para hacerle abogado, y que pueda ser el mejor dia diputado  por el distrito ó juez municipal del pueblo; si está todavía bajo el influjo de la santa  bendicion de su madre, desprecia  el ofrecimiento que le hacia el cazador de  víctimas y sigue su camino.
Pero el primer fracaso no le desanima al buen Miguelito, y despues de encender una tagarnina vuelve á ponerse en  expectación…”

Manuel Ossorio. 
De la Puerta del Sol. 
Imprenta de los Sres. Rojas.