EL MIGUELITO
“Colocado en medio de la acera, con el
sombrero hasta las cejas y la capa hasta los ojos, mintiendo buen cuerpo y
airoso talle, se vé á un hombre en actitud observadora y reposada. Si tiene cédula de vecindad, cosa bastante problemática, es seguro
que no se marcará en ella la profesion que ejerce. Y, sin embargo, el tipo que
analizamos ejerce una industria que debe
ser lucrativa, porque hace una docena de años que vendía arena de mármol de San
Isidro, y hoy luce sortijas en la mano y una cadena colosal en el chaleco, que
á no ser de rico dublé podría tomarse por de oro finísimo de Arabia.
El sitio predilecto del mismo es la acera
comprendida entre la calle de Carretas y la Carrera de San Jerónimo; las horas á que puede
vérsele desde la una de la tarde á las diez de la noche; suele hacer frecuentes
desapariciones; pero no es dudoso que ninguna pasará de un cuarto de hora. El
hombre llena sin duda una obligacion, así durante su guardia como en su
ausencia.
Al pasar junto á él otro embozado, en el momento
que hemos elejido para estudiarle le ha llamado Miguelito. Ya es una noticia
biográfica: sepamos esperar y acaso conoceremos toda su vida y milagros.
Pero trascurre un cuarto de hora, y nuestro
hombre sigue en su primitiva actitud, examinando atentamente á todos los transeuntes,
como si esperase á alguno. Al cabo de
este tiempo sonrie
imperceptiblemente: sin duda tiene ya lo que buscaba.
Y lo que buscaba no es otra cosa que un
jóven, que mira en todas dirécciones como embobado; que se pára observando la
altura del surtidor de la fuente que ocupa el centro de la plaza; que
admira tímidamente á las beldades que pasean sus venales
atractivos por entre la multitud, y que
luce un cigarro de tres cuartos en una
boquilla con cabos de plata.
Nuestro jóven, colocado en una antesala y
á media luz podría confundirse con un cuelgacapas; tal es la gracia con que
lleva sus ropas , cuyo brillo denuncia que son nuevas y cuyo corte no
desdeñaría algun sastre de fama, si una
imprudente etiqueta cosida á uno de los faldones
del gaban no dijera con toda elocuencia. Tienda
del leon rapante, cálle de la
Cruz , núm. 99.
Al pasar nuestro forastero, --pues sin
duda lo es--junto al industrial que le marcado por suyo, siente que le posan
una mano sobre el hombro, al mismo
tiempo que escucha una voz que le dice:
--¡Vaya V. con Dios!
Párase
el jóven balbuceando algunas frases, con las que quiere dar á entender á su interlocutor que nunca le ha
conocido; pero este continúa:
--Poca
memoria tiene V. para estudiante. ¿No va V. hoy á casa del duque?
--Sin duda está V. equivocado. Yo no conozco
á ningun duque.
--¡Qué!¿No estuvo V. ayer en la calle de la Victoria ?
--Ni sé dónde está.
--Dispense V., amigo mio; pero se parece V. al que yo buscaba
como un huevo á otro.
--Está V. dispensado.
--Pero no ha de ser inútil mi equivocacion
involuntaria, y si quiere Y. acompañarme
á casa del duque le presentaré á los
amigos.
--¿Pero, qué amigos?
--Gente alegre y campechana, que tira las
onzas por pasar el rato. V. tiene cara de hombre de suerte, y capaz de dar siete
golpes á un duro.
El jóven ha oido referir en su pueblo que
en Madrid se pueden ganar miles y miles con un poco de suerte; se ha gastado
acaso en ocho días el dinero que debia durarle un mes, y comprendiendo que le
invitan á entrar en una casa de juego,
cae en el lazo y aprovecha la feliz coyuntura
que le ofrece su parecido con otra persona para aceptar el ofrecimiento
de su franco interlocutor.
Si, por el contrario, recuerda los
consejos de su padre, que compromete y gasta la hacienda de sus abuelos para hacerle
abogado, y que pueda ser el mejor dia diputado
por el distrito ó juez municipal del pueblo; si está todavía bajo el
influjo de la santa bendicion de su
madre, desprecia el ofrecimiento que le
hacia el cazador de víctimas y sigue su
camino.
Pero el primer fracaso no le desanima al
buen Miguelito, y despues de encender una tagarnina vuelve á ponerse en expectación…”
Manuel Ossorio.
De la Puerta del Sol.
Imprenta de los Sres. Rojas.
De
Imprenta de los Sres. Rojas.