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miércoles, 7 de noviembre de 2018

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EN EL DANUBIO


“El Orient Express no se retrasa. Atraviesa los países, mugiendo, resoplando unos minutos apenas en la triste parada de las grandes estaciones –insensible a las bellezas naturales que pasan a su lado o a las que molesta. Hay que resignarse incluso, con él, a la ida como a la vuelta, a no ver nunca en la llanura donde discurre la Maritza, elevarse sobre la colina de Andrinopla, el Gloria Deo de sus tres incomparables mezquitas. Renunciamos al Orient Express.
         Sobre el mapa, un río colosal discurre desde los Alpes hasta el Mar Negro, circula durante días a través de llanuras que se nos dicen casi desiertas y que siempre inunda. Sobre el mapa, los trazos rojos de las vías férreas no se acercan a los azules meandros salvo aquí o allá donde los atraviesan. Para asegurar sobre el recorrido del Danubio el tráfico de viajeros y de mercancías, se han construido grandes barcos blancos, con ruedas; descienden y remontan el río, durante el verano diariamente, más raramente en invierno. A bordo la instalación resulta muy confortable. La parte delantera constituida por una cala, donde dormitorio y restaurante se juntan en uno, hace las veces de segunda clase, completado por un fumadero y un puente descubierto, barrido por los terribles vientos. La maquinaria separa de la primera clase. En esas exhalaciones fétidas de aceites quemados se amontonan los campesinos con sus fardos inconcebibles: hombres rústicos, vestidos a la manera ancestral, disfrutan de esta manera las primicias de una civilización europea ornada a sus ojos de tantos alicientes que les fascina y les trastornará. Veremos cambiar su modo de emperifollarse con las fronteras –Austria, Hungría, Serbia, Bulgaria, Rumania.
         Eso variará de los bordados brillantes de la “Puszta” (llanura húngara) a los oscuros y ásperos de Serbia, de las pieles blancas a las pieles negras, de las lanas blancas guarnecidas de negro hasta esas otras de un moreno natural tal como las que proporcionan los millares de manadas que pueblan los Balcanes. A veces se ven hombres salvajes, cubiertos con pedazos  de ropa mantenidos sobre el cuerpo por una red de bramantes: el cotidiano desnudarse les resultaría penoso; ellos son los que yacen con los corderos y los caballos bajo las estrellas, en la gris Puszta o sobre el árido Balcan. La primera clase de nuestros grandes barcos está bastante bien. Terciopelos rojos por todas partes, buen gusto, flores en las mesas del fumador. Y sobre el muy amplio puente, agrupados, bancos confortables, mecedoras, bajo una gran tienda protectora. Se come, se bebe a buenos precios. El precio del trayecto, insignificante; por diez francos pagamos un billete de estudiante, de Viena a Belgrado en segunda clase. Pero, tan rico como un mendigo de España, difícilmente nos resignamos al inconfort de proa. Cada vez que subiremos a un barco, contaremos esta sencilla historia el hombre con galones que ejerce el mando: “Disculpe, capitán, la primera clase es injuriosamente más chic que la segunda; nos parece que como estudiantes…” Y así les parecerá también, a esos gentleman con galones, ya vienés, ya magiar, ya rumano. ¡Y así es como descendemos el Danubio por unos pocos francos, en mecedora bajo una tienda protectora, y sobre los terciopelos del fumadero!”

Le Corbusier. 
El viaje de Oriente
Artes Gráficas Soler.