EN EL DANUBIO
“El Orient Express no se retrasa.
Atraviesa los países, mugiendo, resoplando unos minutos apenas en la triste
parada de las grandes estaciones –insensible a las bellezas naturales que pasan
a su lado o a las que molesta. Hay que resignarse incluso, con él, a la ida
como a la vuelta, a no ver nunca en la llanura donde discurre la Maritza, elevarse sobre la
colina de Andrinopla, el Gloria Deo de sus tres incomparables mezquitas.
Renunciamos al Orient Express.
Sobre
el mapa, un río colosal discurre desde los Alpes hasta el Mar Negro, circula
durante días a través de llanuras que se nos dicen casi desiertas y que siempre
inunda. Sobre el mapa, los trazos rojos de las vías férreas no se acercan a los
azules meandros salvo aquí o allá donde los atraviesan. Para asegurar sobre el
recorrido del Danubio el tráfico de viajeros y de mercancías, se han construido
grandes barcos blancos, con ruedas; descienden y remontan el río, durante el
verano diariamente, más raramente en invierno. A bordo la instalación resulta
muy confortable. La parte delantera constituida por una cala, donde dormitorio
y restaurante se juntan en uno, hace las veces de segunda clase, completado por
un fumadero y un puente descubierto, barrido por los terribles vientos. La
maquinaria separa de la primera clase. En esas exhalaciones fétidas de aceites
quemados se amontonan los campesinos con sus fardos inconcebibles: hombres
rústicos, vestidos a la manera ancestral, disfrutan de esta manera las
primicias de una civilización europea ornada a sus ojos de tantos alicientes
que les fascina y les trastornará. Veremos cambiar su modo de emperifollarse con
las fronteras –Austria, Hungría, Serbia, Bulgaria, Rumania.
Eso
variará de los bordados brillantes de la “Puszta” (llanura húngara) a los
oscuros y ásperos de Serbia, de las pieles blancas a las pieles negras, de las
lanas blancas guarnecidas de negro hasta esas otras de un moreno natural tal
como las que proporcionan los millares de manadas que pueblan los Balcanes. A
veces se ven hombres salvajes, cubiertos con pedazos de ropa mantenidos sobre el cuerpo por una
red de bramantes: el cotidiano desnudarse les resultaría penoso; ellos son los
que yacen con los corderos y los caballos bajo las estrellas, en la gris Puszta
o sobre el árido Balcan. La primera clase de nuestros grandes barcos está
bastante bien. Terciopelos rojos por todas partes, buen gusto, flores en las
mesas del fumador. Y sobre el muy amplio puente, agrupados, bancos
confortables, mecedoras, bajo una gran tienda protectora. Se come, se bebe a
buenos precios. El precio del trayecto, insignificante; por diez francos
pagamos un billete de estudiante, de Viena a Belgrado en segunda clase. Pero,
tan rico como un mendigo de España, difícilmente nos resignamos al inconfort de
proa. Cada vez que subiremos a un barco, contaremos esta sencilla historia el
hombre con galones que ejerce el mando: “Disculpe, capitán, la primera clase es
injuriosamente más chic que la segunda; nos parece que como estudiantes…” Y así
les parecerá también, a esos gentleman con galones, ya vienés, ya magiar, ya rumano.
¡Y así es como descendemos el Danubio por unos pocos francos, en mecedora bajo
una tienda protectora, y sobre los terciopelos del fumadero!”
Le Corbusier.
El viaje de
Oriente.
Artes Gráficas Soler.