ARROGANTE,
ESCÉPTICO Y FASCINANTE
En
muy raras ocasiones surge entre nosotros un individuo cuyas virtudes
sean tan manifiestas para todos, un ser humano con tal empatía hacia
sus congéneres de la más variada condición, un sujeto con tanta
capacidad para subordinar el amor propio a las necesidades ajenas,
para acomodar su vida a la armonía de la comunidad circundante, que
cuantos llegan a tratarlo le profesan amor y veneración sin límites.
Dalton Trumbo no era esa clase de persona. A nadie que yo haya
conocido se le puede aplicar con más justicia el adjetivo
«fascinante», aunque un término de significado casi opuesto como
«irritante» cuadrara igualmente en la descripción. Otro tanto
sucede con un largo repertorio de epítetos que incluiría los
siguientes: sabio, divertido, avaro, generoso, sarcástico, solícito,
vanidoso, implacable, sinuoso, tierno, pugnaz, altruista, profético,
infatigable, miope y soberbiamente lúcido. De costumbres
irrevocablemente caseras, a Trumbo le gustaba escribir en la bañera
con la pluma en una mano y un cigarrillo en la otra. Su distracción
favorita era la polémica, actividad que ejercía mediante una
voluminosa correspondencia con amigos y extraños o en épicas
conversaciones donde sus contertulios, cuando Trumbo se lanzaba,
perdían la noción del tiempo tanto como él. Tengo para mí que hay
dos grandes variedades del temperamento humano: la primera, que
engloba a la inmensa mayoría sin excluir a muchos sujetos de enorme
talento o inteligencia, comprende a quienes tienden a aceptar la
realidad tal cual es, observan las reglas establecidas y se someten a
la opinión autorizada, sobre todo en campos ajenos a su especialidad
o interés; la segunda, exigua en comparación pese a contener una
buena cáfila de bellacos, genios, majaderos y enredadores, incluye a
los intrínseca y (a menudo) arrogantemente escépticos, a los que
desechan las sólidas credenciales del experto y se empeñan en
probar cada aseveración por sí mismos sin importarles cuán
limitados puedan ser sus atributos para ello. Trumbo pertenecía
incuestionablemente al segundo grupo.
Ring
Lardner Jr.
Me
odiaría cada mañana.
Ediciones
Barataria.