ADIÓS, BEBO
“Yo soy un hombre democrático totalmente. Mientras
que tú no infrinjas la ley, haz lo que te dé la gana y lo que tú quieras. Ahora,
no me obligues a mí a hacer lo que tú haces. Eso es todo.
Empezaron insinuando que trabajaba para los…
(gángsteres), y en todos los casinos los había, pero si no te metías con ellos
o les quitabas la chica no pasaba nada; luego que si tocaba piezas americanas,
¿y cómo no las iba a tocar si la mayor parte del público de Tropicana procedía
de Estados Unidos o Canadá? Y, finalmente me hicieron la vida imposible.”
“Mandaron a Luis Yáñez, un comunista bravo que
estaba a cargo del personal. Era compositor. (Yáñez había sido miembro del movimiento
de feeling en los años cuarenta.) Es un hombre que era amigo mío, pero la
represión tumba a los hombres y los hace chivatos y los hace mierdas. Era un
protegido mío. Yo le hice muchos arreglos. Pero vino la revolución y las cosas
cambiaron. A ése, que tan cercano era, lo pusieron de espía. Vivía hasta en el
mismo lugar donde yo vivía. A ése mandaron a proponerme esto.”
“Yo no soy político, pero ese sistema… no me va.
Como no quise integrarme, me botaron de todas partes. Entraron (a dirigir los
centros donde se producía música) individuos que de música no sabían nada, y me
tumbaban cada vez que ellos me decían:”Compañero, que hay que hacer esto así”,
y yo decía que no. Pasé al Havana Hilton, y me tumbaron; al Habana Riviera, y
me tumbaron; era director (musical) de El show de las 7 de Radio Progreso, y me
tumbaron… Al gobierno le molestó que yo, siendo de Cuba, fuera un compositor
que no pertenecía a una sociedad cubana, sino americana. Les dije: “Cuestión de
negocios; yo soy músico, no político”. Pero nada. No aceptas lo que ellos te
dicen y no te (admiten). Te quedas fuera y ya.”
“Cuando me fui, ya me habían amenazado con veinte
años de cárcel, como hicieron con muchos amigos. Mira, aquí, damos paredón a
cualquiera, eso era lo que te decían los que iban vestidos de paisano, que
tenían mucho que ver. Un día fui a una transmisión a la radio, y al entrar me
ponen la metralleta y me dicen: “Tú no puedes entrar”. Y digo: “Pero, mi
orquesta toca a las siete…”. Y responden “Aquí la única persona que no está
integrada eres tú”. Ésa era la palabra. Y tenías que ir (a donde) te mandara el
miliciano, y hacer lo que te dijera. Yo estaba muy mal visto. Los mejores
amigos, yo no los critico y los quiero, pero se quedaron. Así que paredón y
veinte años de cárcel, y entonces llame a Reiter y lo preparé todo para irme.
No se lo dije a nadie, ni a mi orquesta ni a mi hijo. No podía.”
“Un día vino a casa un capitán de la guardia
revolucionaria. Quería que yo le acompañase a la plaza, donde Castro estaba
dando un discurso. Le pregunté si habría música y me contestó que Castro era
música. Me exigían que me afiliara al Partido. Mi libertad de movimiento se
estaba disminuyendo.”
“Abandonar a tus hijos y abandonar tu casa con un
contrato incierto y sabiendo que no podías volver más a tu tierra. Hice como
Cortés en Veracruz (cuando) quemó las naves… Me dijeron bien: “O te vas o vas
preso o te fusilamos. O estás con nosotros o no estás”. Yo tuve que escoger. Mi
padre me dio un abrazo y me dijo que no le iba a ver más. No lo vi más. La
última vez que habló conmigo, en 1977, mi
mamá dijo que aunque olvidara nunca olvidara lo que fue mi padre y lo que yo
fui… Yo sabía que todo lo iba a perder (pero) si tuviera que (tomar) una decisión
de nuevo (tomaría) la misma decisión y nada me remordería.”
Mats Lundahl.
Bebo de Cuba.
RBA Libros.
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