EL SUEÑO DEL FRANCOTIRADOR
“Al
caer la noche, un foco que había sido instalado en el edificio más alto de
Madrid, el cine Capítol, se puso en funcionamiento. Barría los tejados con un
doble rayo de luz que parecía casi sólido en medio del cielo sombrío. En vista de
que ninguna fuerza obrera organizada había hecho acto de presencia en la calle,
el Gobierno había decidido declarar la guerra a los francotiradores.
Si se ve
desde la altura adecuada, la característica más importante de Madrid se halla en
sus tejados planos. Capas y capas de tejados se elevan una por encima de otra,
y su continuidad solo se ve interrumpida por las innumerables ventanas de los
áticos y, de vez en cuando, por un piso adicional; las enredaderas, que a su
debido tiempo se llenan de flores rojas y púrpuras, trepan por ellos. El mar de
tejas, virado por el sol y atenuado por la suciedad hasta alcanzar un encantador
término medio entre el negro y el amarillo, al que hay que añadir los desvaídos
matices dorados, es una de las vistas más atractivas de España. Este tejado tan
especial se conoce como «azotea». Y ha desempeñado un papel considerable en el
tipo de guerra que se desarrolla en suelo español.
La
azotea es el sueño de todo francotirador. La facilidad que ofrece para una bien
planificada guerra de guerrillas, combinada con siglos de práctica, ha
producido una técnica especial de ataque. Uno de los periódicos calculó que
unos diez mil francotiradores habían disparado desde las azoteas durante las
primeras noches de la insurrección. Y a pesar de que los francotiradores, en la
mayoría de los casos, no eran más que chiquillos armados con revólveres belgas
de muy mala calidad, cuyas balas se volvían casi inofensivas al llegar al
suelo, su actividad constituía una pesadilla para las autoridades militares.”
Norman Lewis.
Una tumba en Sevilla.
Ediciones Península.
Una tumba en Sevilla.
Ediciones Península.