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lunes, 5 de febrero de 2018

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




ALBATROS


       “Y, tras el Polynésien, media docena de albatros cruzan el mar. El vuelo del albatros es un planeo más rápido que el relampagueo de un tren que pasa a toda máquina. Gira alrededor del barco, se retrasa y lo alcanza sin esfuerzo. Una masa blanca cuyo pico parece blanco durante el vuelo, con dos inmensas alas tornasoladas y variopintas como las de la mariposa shpinx; luego el pájaro, al posarse sobre la marea, parece un enorme pato blanco sobre una charca clara. Por la tarde, una pequeña avería en la máquina ha ocasionado una parada. Inmediatamente, el jefe de tripulación y los hombres se han abalanzado a la pesca de los albatros. Les arrojan una cuerda delgada con un trozo de lardo en el extremo. No es muy largo. En menos de diez minutos tres enormes bestias blancas cubrían la cubierta. Por ejemplo el segundo, mientras era conducido a la baranda, ha derribado a un hombre de un aleteo. Una vez a bordo, el albatros es impotente. Se sostiene unos pocos segundos sobre sus patas palmeadas; pero su cuerpo es demasiado pesado y sus alas, demasiado grandes: no puede caminar. Tienen el cuerpo de una blancura deslumbrante; las alas, negras y blancas, en mezcla abigarrada; a veces, la pechuga moteada de gris. El pico enorme, ahuecado y ganchudo, de un rosa claro hasta el final, de cornácea blanca y terriblemente cortante. El albatros gruñe y chasquea el pico, pero no parece muy salvaje; lo miraban todo a su alrededor, curiosos, con mirada vivaz e inteligente. Los ingleses de a bordo me ha delegado para pedirle al capitán que los ponga en libertad (es una superstición), pero no he conseguido nada. Nuestros marineros son feroces: venden las pechugas blancas y las plumas en Sidney; con las patas hacen petacas para el tabaco, y cañones de pipa con los huesos de las alas. El capitán no ha tenido el valor de intervenir.”


Marcel Schwob. 
Viaje a Samoa
Ediciones Folio.