PROPOSICIONES DE PAZ
LIBRO
IV
XIII. Después de
esta función veía César no ser prudencia dar ya oídos a embajadas, ni escuchar
proposiciones de los que dolosamente y con perfidia, tratando de paz, le hacían
guerra. El aguardar a que se aumentasen las tropas enemigas y volviese su caballería,
teníalo, por otra parte, por grandísimo desvarío; demás que atenta la
mutabilidad de los galos, consideraba cuan alto concepto habrían ya formado de
los enemigos por un choque solo, y no era bien darles más tiempo para maquinar
otras novedades. Tomada esta resolución, y comunicada con los legados y el
cuestor, para no atrasar ni un día la batalla, ocurrió felizmente que luego, al
siguiente, de mañana, vinieron a su campo muchos germanos con sus cabos y
ancianos usando de igual alevosía y ficción, so color de disculparse de haber
el día antes quebrantado la tregua contra lo acordado y pedido por ellos mismos,
como también para tentar si, dando largas, podían conseguir nuevas treguas.
Alegróse César de tan buena coyuntura, y mandó que los arrestasen; y sin perder
tiempo, alzo el campo, haciendo que la caballería siguiese a la retaguardia,
por considerarla intimidada con la reciente memoria de su derrota.
XIV. Repartido el
ejército en tres cuerpos, con una marcha forzada de ocho millas se puso sobre
los reales de los enemigos primero que los germanos lo echasen de ver. Los
cuales, sobrecogidos de todo punto, sin acertar a tomar consejo ni las armas,
así por la celeridad de nuestra venida como por la ausencia de los suyos, no
acababan de atinar si sería mejor hacer frente al enemigo, o defender los
reales, o salvarse por medio de la fuga, manifestándose su terror por los
alaridos y batahola que traían. Nuestros soldados, hostigados de la traición
del otro día, embistieron los reales; aquí los que de pronto pudieron tomar las
armas hicieron alguna resistencia, combatiendo entre los carros y el fardaje,
pero la demás turba de niños y mujeres (que con todos los suyos salieron de sus
tierras y pasaron el Rin) echaron luego a huir unos tras otros, en cuyo alcance
destacó César la caballería.
XV. Los germanos,
sintiendo detrás la gritería, y viendo degollar a los suyos, arrojadas las
armas y dejadas las banderas, desampararon los reales; y llegados al paraje
donde se unen el Mosa y el Rin, siendo ya imposible la huida, después de muchos
muertos, los demás se precipitaron al río, donde, sofocados del miedo, del
cansancio y del ímpetu de la corriente, se ahogaron. Los nuestros, todos con
vida, sin faltar uno, con muy pocos heridos se recogieron a sus tiendas, libres
ya del temor de guerra tan peligrosa, pues el número de los enemigos no bajaba
de cuatrocientos treinta mil. César dio a los arrestados licencia de partirse.
Mas ellos temiendo las iras y tormentos de los galos, cuyos campos saquearon,
escogieron quedarse con él y César les concedió plena libertad.
Julio César. La guerra de las Galias.
Ediciones Orbis.