«En las mañanas de
primavera, yo me ponía a trabajar temprano, mientras mi mujer dormía todavía.
Las ventanas estaban abiertas de par en par, y el empedrado de la calle iba
secándose tras la lluvia. El sol arrancaba la humedad a las fachadas de
enfrente. Las tiendas estaban todavía encerradas en sus postigos. El cabrero
subía por la calle al son de su flauta, y la mujer que vivía en el piso encima
del nuestro bajaba a la calle con un gran jarro. El cabrero escogía una de sus
cabras negras, de ubres pesadas, y la ordeñaba en el jarro, mientras el perro
arrimaba las demás cabras a la acera. Las cabras miraban a su alrededor,
torciendo el cuello como turistas en un panorama nuevo. El cabrero cobraba y
daba las gracias a la mujer, y subía calle arriba tocando la flauta, y el perro
guiaba a las cabras que meneaban los cuernos a cabezadas.»
Ernest Hemingway.